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Cristina Losada

Cómo salvar el catalán

Aunque todavía no lo saben, los inquisidores lingüísticos del separatismo, para hacer lo que quieren hacer, necesitan una buena tabla rasa polpotiana.

Aunque todavía no lo saben, los inquisidores lingüísticos del separatismo, para hacer lo que quieren hacer, necesitan una buena tabla rasa polpotiana.
EFE

Ha tenido gran éxito, no sólo de audiencia, un programa de TV3 dedicado a cómo salvar el catalán. Parte del éxito fue involuntario. Por las redes sociales corren fragmentos que se han tomado como gags humorísticos. Está el que protagoniza Àlex Hinojo, activista cultural, manifestando su deseo o su derecho de hablar en catalán con los electrodomésticos. "Yo a mi tostadora le quiero hablar en catalán", decía Hinojo. Y a la lavadora y al resto de electrodomésticos. Mucha gente se lo ha tomado a risa, pero va en serio. Su exigencia no es más que una actualización de la sempiterna demanda de los más hostiles a cualquier cohabitación o convivencia con el idioma español. "Queremos vivir en catalán (gallego, euskera, etcétera)", suelen decir. Lo interesante es que ese vivir suyo implica un explícito y absoluto rechazo a convivir.

La coexistencia pacífica de las dos lenguas es, para los expertos llamados a deponer en el programa, una auténtica sentencia de muerte para el catalán. El uso indistinto de una y otra lengua, esa anarquía de cambiar de una a otra sin atender a otra norma que la libre decisión de los hablantes, resulta el caso más terrible. Francisco Xavier Vila, director del centro de Sociolingüística y Comunicación de la Universidad de Barcelona, lo exponía con claridad sobrecogedora:

En el momento que me da igual hablar una lengua que otra con la misma persona y todo el tiempo estoy cambiando entre las dos lenguas quiere decir que las dos son igual de propias por nosotros. Y si son exactamente igual de propias hay una que sobra.

La libertad, ya se sabe, es tremendamente peligrosa. Si se permite que las personas alternen libremente el uso del catalán y el español, el fin estará cerca para uno de ellos, y es obvio para cuál. Pero hay escenarios todavía más apocalípticos, como el patio del cole. TV3 ha descubierto que la lengua del patio es el español. Incluso los niños que hablan catalán en casa, en el patio se dejan llevar y caen en la tentación. El resultado de esa caída en el pecado es un desastre: "El catalán ha perdido la partida en el patio". Y esto a pesar de que es una partida que los nacionalistas han puesto todo su empeño en ganar desde hace mucho tiempo. Habrá que imponer más coacción. Aumentar la vigilancia. Sancionar mucho más.

O no. Porque lo que viene a decirse es que todo lo que se ha hecho para erradicar el idioma español de Cataluña, todo el programa de inmersión, todas las imposiciones, más la continua vigilancia y el celo sancionador, son insuficientes para salvar al catalán. El mensaje del programa y, por extensión, del poder separatista es que sólo hay una manera de salvar al catalán de la extinción segura. Y que esa única tabla de salvación del catalán es la creación de un Estado independiente.

La cuestión, sin embargo, no es tan simple. Ni siquiera con un Estado independiente. Porque no cualquier Estado independiente puede hacer todo lo que hay que hacer, y todo lo que los fanáticos quieren hacer, para que el español se deje de hablar y de mezclar indebidamente en el habla de la gente. Es difícil que una prohibición tan estricta como la que tienen en mente pueda pasar el filtro de los derechos reconocidos en la UE. Es complicado prohibir Netflix, plataforma cuya labor descatalanizadora subraya uno de los entrevistados diciendo: "Netflix es mucho más poderoso que el franquismo". Ni tampoco es fácil acabar con costumbres enraizadas, como la que ha dado en establecer el español como lingua franca en discotecas y bares de copas de Barcelona, costumbre ya denunciada hace tiempo por un conocido escritor de la ciudad.

No. No es posible imponer tal nivel de prohibición, tal grado de coacción, tanta intromisión en la vida privada desde un Estado que cumpliera los mínimos democráticos, ni aunque estuviera, como estaría, fuera de la UE. Tendría que ser un Estado totalitario, por supuesto, pero para arrasar con todas las viejas y malas costumbres, para esa erradicación plena que desean, el único modelo adecuado va a ser el de Pol Pot. Aunque todavía no lo saben, los inquisidores lingüísticos del separatismo, para hacer lo que quieren hacer, necesitan una buena tabla rasa polpotiana. Y un Gran Hermano orwelliano en cada casa que detecte a los que sigan pensando y soñando en español. Esos contumaces delincuentes.

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