Los chicos y chicas que han acampado en el centro de Barcelona son la vanguardia de proceso separatista, los niños bonitos de Puigdemont, Torra y Junqueras, la punta de lanza de las CUP, la crema de Arran, lo más granado de los Comités de Defensa de la República (CDR), la destilación de tres décadas de inmersión lingüística y adoctrinamiento en la escola catalana. Los niños de la capucha de las familias bien se han instalado en la Plaza Universidad para hacer saber al mundo que además de una república quieren vivir sin dar un palo al agua, amparados, financiados y protegidos como muchos de sus padres por el pesebre nacionalista.
Salvando las distancias y las épocas, estos mozos tarambanas son como aquellos muchachos que Serrano Suñer enviaba a protestar a la embajada británica durante la Segunda Guerra Mundial, los protagonistas del famoso episodio en el que el embajador Hoare le dijo al cuñado de Franco que no hacía falta que le mandara más guardias, sino menos estudiantes.
Son, pues, la tuna mixta del régimen nacionalista, los niños del Brasil de Torra y Colau que disponen de carta blanca para montarse una rave donde les salga del níspero, autorización para cortar a placer las calles y avenidas que les roten y un permiso especial de los rectores universitarios para saltarse las clases y hacer lo que les de la gana por la causa de la estelada. Y como tienen de todo solo les ocurre pedir chorizo vegano, cable para el iPhone y ensalada de pasta. Pedazo de "antifascistas".
Ahí están, tocando la pera como mínimo hasta después de las elecciones, porque no es que no se les vaya a aplicar el Código Penal; es que ni siquiera les afecta el de circulación o las ordenanzas municipales. En eso también se nota que son niños de papá, okupas del espacio público que en vez de ser desalojados como correspondería son azuzados por las autoridades separatistas para que protesten contra el Rey y amenacen a los políticos no nacionalistas. En resumen, son los hermanos pequeños de Rodrigo Lanza, el asesino de Víctor Laínez.