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Hay que apostar por la empatía

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias son doctores y se consideran progresistas y feministas. Pero Sánchez, a pesar de su dignidad impostada, carece de carisma.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias son doctores y se consideran progresistas y feministas. Pero Sánchez, a pesar de su dignidad impostada, carece de carisma.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, empatizando | EFE

La frase de Pablo Iglesias (el de ahora) es ya célebre. Se trata de un doble anglicismo. Por un lado, apostar (en inglés to bet), un verbo que los norteamericanos emplean con frecuencia en el habla coloquial. Se corresponde con una concepción lúdica en la vida de relación cotidiana. Para la sociedad estadounidense, son muchas las relaciones que adoptan la forma de un juego, por el que se anticipa o adivina un suceso futuro. El que apuesta se erige en adivino o pronosticador, lo que le da cierta ascendencia entre sus iguales.

Como ocurre con la importación de muchos anglicismos, se trata de un hábito o una moda que en España caracteriza sobre todo a las personas con escasos conocimientos de la lengua de Shakespeare. Precisamente, se adopta esa posición imitativa para hacer ver que uno domina el idioma anglicano. Pasar por bilingüe es hoy casi tan moderno como parecer bisexual. De ahí, por ejemplo, el enorme atractivo que supone para un varón llevar una coleta en el tocado o para una mujer hablar como un carretero. Bueno, ya no hay carreteros. Podríamos decir mejor "como un entrenador de fútbol", profesión eminentemente masculina.

La otra palabra, empatía, es también de ascendencia de una moda inglesa. Traduce letra por letra la del griego empazeia, que significa "pasión afectiva". En inglés mantiene dos sentidos próximos: (a) la proyección de la personalidad propia sobre la de otra persona con la que se relaciona estrechamente, con el fin de conocerla mejor e identificarse afectivamente con ella; b) la proyección de la personalidad de uno sobre una determinada situación objetiva. De tal modo sucede que el sujeto llega a creer que los sentimientos o apreciaciones de tal objeto coinciden con los propios. Esta segunda operación se denomina también 'falacia patética'; es la típica de los individuos narcisistas.

El narciso es el personaje (más que persona) que cuida exageradamente su compostura, su apariencia, sus gustos, su lenguaje. Lo hace así porque se sabe excepcionalmente atractivo. Se trata de un sentimiento que le lleva a atenuar mucho el sentido de culpa que distingue a los humanos, digamos, normales.

Basta una somera experiencia sobre la naturaleza humana para aplicarla a la indagación sobre la personalidad del preboste de Unidas Podemos. Es evidente que se trata de un narciso en estado puro, con el carisma correspondiente que suele aureolar a tales conductores. Su ventaja se hace notoria cuando tiene que relacionarse con otros dirigentes que pueden pasar por socios, pero que resultan más bien rivales. Maravilla ver las muestras de afecto que los narcisos pueden desplegar en esos casos. No hay más que contemplar la relación de nuestro hombre con su partenaire Pedro Sánchez. Ambos son doctores y se consideran progresistas y feministas. Pero Sánchez, a pesar de su dignidad impostada, carece de carisma.

Así pues, de la entente entre estos dos apóstoles del progresismo feminista, es claro que va a salir ganando el carismático y narcisista mandamás de las Unidas Podemos. Lo digo en femenino porque così fan tutte. El bueno de Pablo domina la técnica de apostar por la empatía. Es algo así lo que ocurre en la relación del visir con el sultán, del valido con el monarca.

Pablo Iglesias traduce la ideología ascendente, la que combina el comunismo de los pueblos indígenas con el feminismo, el ecologismo y el globalismo. En cambio, Pedro Sánchez es un trasunto del socialismo rancio, acomodaticio y burocrático. Es claro quién va a salir ganando de la alianza de esas dos sectas. No se trata solo de un ascenso personal, sino de colocar a los respectivos conmilitones y conmilitonas.

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