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Marcel Gascón Barberá

La racionalidad de Trump con Irán

Casi toda la prensa de referencia en Occidente escribe de Trump como si fuera un loco por haber liquidado al architerrorista Qasem Soleimani.

Casi toda la prensa de referencia en Occidente escribe de Trump como si fuera un loco por haber liquidado al architerrorista Qasem Soleimani.

Sirviéndose con la prudencia de un cliente hambriento de bufet de los verbos ígneos que reservan los inflamados a la derecha, nuestros colegas de todos los periódicos le imputan haber volado por los aires la normalidad de una región que rara vez sale en las noticias si no es por las lapidaciones de adúlteras y los homosexuales colgados en las grúas o por las matanzas fratricidas entre sectas musulmanas.

Sus críticos le recriminan haber agitado el avispero iraní sin atender a las sangrientas consecuencias que podrían venir. Pero ¿acaso no estaba ya agitado un avispero desde el que se financian y organizan acciones terroristas internacionales y guerras civiles en toda la región? ¿De verdad alguien se cree que la sacrosanta contención y el diálogo servían a la paz, teniendo en cuenta el historial de destrucción que precede a Irán?

En la línea del europarlamentario González Pons, que tan bien se lo pasó en Cúcuta e igual tuitea a favor de la Venezuela libre que lamenta la eliminación de un matón iraní amigo de Maduro, casi todos los medios y con ellos los líderes de opinión que aún no han sido declarados de extrema derecha consideran la ejecución a distancia de Soleimani un acto caprichoso y oportunista de guerra que solo tiene sentido en la mente de un halcón fanático como Trump.

La eliminación del principal arquitecto de la estrategia de terror y desestabilización internacional de Irán ha querido ser vista por quienes se pretenden demócratas militantes como si fuera el asesinato de un general normal de un país normal.

Como demuestran las circunstancias de su propia muerte, alcanzado por una bomba teledirigida de USA mientras era recibido en Bagdad por las milicias chiíes que habían atacado días antes la embajada de Washington en Irak, Soleimani tenía las manos empapadas de sangre, tanto de americanos desplegados en el exterior como de musulmanes de lugares como Yemen, Siria, Líbano y otros países víctimas de la letal interferencia iraní.

Y hay que ser muy ingenuo o negarse a ver la realidad para creer que no habría vuelto a atentar contra ciudadanos e intereses estadounidenses en Oriente Medio si Washington le hubiera concedido la victoria de no tomar represalias contra él tras el desafío del asedio a la embajada en Bagdad.

Por mucho que se empeñen los analistas del New York Times y quienes les copian en las páginas de Opinión de casi todas las gacetas de casi todo el mundo, Trump sabe muy bien lo que hace en Irán.

Un repaso somero de los hechos que no esté velado por los sofismas disfrazados de profundidad con los que siempre llegan a la conclusión que quieren los exquisitos, sin embargo, nos desvela que Trump ha sido radicalmente racional en su obrar en el affaire Soleimani.

El propio presidente de USA explicó perfectamente la lógica de su actuación en su discurso a la nación de este miércoles. Rodeado de generales y con el estilo claro y enérgico que le caracteriza, Trump informó de que los misiles de los ayatolás contra bases estadounidenses en Irak no han causado ninguna baja, y dio por terminada la barra libre que Occidente había dado a la teocracia iraní para matar fuera de sus fronteras desde el mismo establecimiento del régimen, en 1979.

¿Pero no es esto, dirán algunos, mera palabrería politiquera? No, porque Trump tiene una estrategia muy concreta y la ha aplicado con la liquidación de Soleimani. A partir de ahora los capitostes del régimen iraní se lo pensarán dos veces antes de lanzar sus mortíferas operaciones en el extranjero, porque ya saben que pueden pagarlo con su vida.

O como lo explicó en su alocución Trump: "Con la eliminación de Soleimani hemos enviado un mensaje contundente a los terroristas: si valoras tu propia vida, no amenazarás las vidas de nuestra gente". Hasta los intelectuales enrevesados que quieren someter a la realidad con sus fórmulas pueden entender este razonamiento.

Con ese emocionante entusiasmo casi infantil que, lejos de reprimir, cultiva, Trump exhibió una vez más su orgullo por el poderío militar y la capacidad humana de sus ejércitos, y reafirmó su disposición a usarlos contra quienes atenten contra los estadounidenses, sus aliados y sus intereses. También en esto hay un ejemplo de naturalidad y sentido común, porque ¿para qué invierte un país en defensa si no es para disuadir a sus enemigos y golpearles cuando sea preciso?

Como ha sido habitual desde que Trump se lanzó a la arena política, sus críticos le han reprochado su desprecio por la legalidad internacional a la hora de ordenar la liquidación del general iraní. Pero el uso de drones en ejecuciones sumarias decididas de forma unilateral por USA no lo ha inventado Trump, y su predecesor, el símbolo de la multilateralidad y el diálogo Barack Obama, utilizó con inédita frecuencia este método para acabar con terroristas en el extranjero.

Por otra parte, las normas que rigen las relaciones internacionales son por lo general difusas y están casi siempre secuestradas por las dictaduras que controlan las votaciones en la ONU y otros foros globales. Pretender que se respeten con un forajido como Soleimani es pedir a Washington que suba a un ring de lucha libre con una mano atada.

Los fundamentalistas de la tradición y las reglas acaban creyendo que estas son fines en sí mismas y no instrumentos para garantizar un cierto orden que han de suspenderse cuando uno de los participantes en el juego los desprecia. Y su fe en los manuales de diplomacia, geopolítica y ciencia política acaba dando inmunidad a personajes y regímenes que llevan décadas burlándose de los más básicos estándares de humanidad y respeto entre naciones, como ha escrito Jonathan S. Tobin en El Medio.

En el primer discurso de Trump después de la muerte de Soleimani también se ve muy bien otra de sus virtudes: su posibilismo. Contra lo que nos ha querido vender la prensa que le odia, Trump es lo menos parecido a un fanático que puede encontrarse entre las tipologías humanas. A diferencia de predecesores mucho más ideológicos como Bush hijo, Trump es un comerciante, un negociador, un conseguidor. Alguien visiblemente obsesionado con hacer y encontrar soluciones con el material con el que cuenta al que los valores monolíticos le estorban, más que le guían.

De ahí su actitud con el dictador norcoreano Kim Jong Un, y que al final de su discurso del miércoles emplazara a los líderes iraníes a trabajar con USA en nuevas empresas compartidas, como lo fue la lucha contra el ISIS y en favor de "un Irán próspero" que renuncie a la violencia como modo de relacionarse con otros países.

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