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Cristina Losada

¿Otra vez Trump?

Estamos de nuevo ante la opinión general de que es imposible que Trump vaya a ganar y haya que discutirla.

El gran espectáculo de las primarias y las convenciones en Estados Unidos, adaptado esta vez a las circunstancias de la epidemia, baja el telón y empieza la fase de los pronósticos. En realidad, continúa. Nunca ha dejado de estar ahí la cuestión de si Trump puede ganar un segundo mandato. Tampoco ha dejado de estar ahí la cuestión de cómo pudo ganar el primero. Reformulando: cómo es posible que Trump pueda volver a ganar en noviembre. Para muchos, ciertamente, no hay cuestión. La reelección les parece un imposible absoluto. Claro que es el mismo imposible que se hizo posible y realidad hace cuatro años, cuando Trump ganó contra pronóstico.

Aquella victoria provocó un instante de examen de conciencia - por no llamarlo autocrítica, que viene a ser la versión marxista de esa práctica católica - en quienes tan limpia y tajantemente la habían dado por imposible, en especial, en la prensa. Algunos, como el New York Times, se dieron golpes de pecho por no haber sabido captar el estado de opinión de una parte importante - mayoritaria - de los votantes, y se comprometieron a auscultar mejor el país y a abrirse a nuevas voces. Pero el instante pasa, los propósitos de enmienda no se mantienen durante mucho tiempo y todo, en fin, vuelve a ser como antes. De ahí que estemos de nuevo ante la opinión general de que es imposible que Trump vaya a ganar y haya que discutirla.

Un problema de esa opinión generalizada es que se funda en la imagen. En la imagen bruta y brutal de Trump, en su forma de comunicación, en sus exabruptos. Creado el monstruo bufonesco, con ayuda del propio personaje, asignado a la galería de frikis peligrosos o de criptofascistas, clasificado como una amenaza para la democracia, para el país y para el mundo, lo suyo es colegir que de ninguna manera puede triunfar otra vez. Nuevamente se mira hacia esos votantes que le votan, se supone, porque son como él, no con mirada indagadora, sino despreciativa, a ver si tienen narices de atreverse a reelegirle. Y se descarta, por supuesto y por anticipado, que pueda haber alguna racionalidad en su conducta electoral. Este es uno de los puntos más débiles de la opinión fundada en el sensacionalismo de la imagen.

Otro, y por idéntica limitación, es el que lleva a concluir que las protestas anti-racistas van a ser la tumba de Trump en noviembre. Se da por sentado que la protesta en la calle es un medidor preciso de las posibilidades electorales, y que a más protestas y movilizaciones, menos apoyo habrá en las urnas para el gobernante. Por creer en esta simple regla, hay quienes se han llevado desagradables sorpresas. La protesta en contra puede movilizar a los que están a favor. Y el desorden y la violencia, aunque sea de grupos minoritarios, disgusta a los partidarios de la ley y el orden, que los hay. Recuérdese qué ocurrió en las elecciones que se celebraron tras el Mayo francés. Después de fotogénicos enfrentamientos con la policía, bonitas barricadas e icónicos lanzamientos de adoquines, la gente de orden cerró filas y la izquierda sufrió una derrota humillante.

Cuando se predice que Trump no puede volver a ganar, no se está haciendo una predicción. Se está formulando un deseo. Y es perfectamente posible que ese deseo se incumpla otra vez.

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