Allá por 1982, cuando Pujol apenas llevaba un par de años ocupando la Plaza de San Jaime y la idea de algo remotamente parecido al procés se antojaba por entero inimaginable para todos, tanto para los nacionalistas como para los que nunca lo seríamos, Félix de Azúa publicó un artículo titulado Barcelona es el Titanic que causó auténtica conmoción en la ciudad. Resumido en su esencia, aquel texto venía a acusar recibo de que las tornas habían cambiado en la Península Ibérica, que los gobernados y moldeados por espíritus ontológicamente pueblerinos íbamos a ser nosotros, los barceloneses que siempre nos habíamos creído la vanguardia cosmopolita y europea de España, mientras que Madrid, la denostada capital de la caspa rancia y el alcanfor castizo, se estaba convirtiendo en el nuevo polo de atracción para las gentes más modernas y despiertas del país. Recuerdo que muchos pensamos entonces que Azúa estaba exagerando. Pero ocurrió, como el tiempo ha demostrado, justo lo contrario: se quedó muy corto. Sería interesante, por cierto, redactar la lista completa de los barceloneses que creímos eso cuando entonces y hoy ya vivimos de modo permanente fuera de Cataluña, al igual que el propio autor, el flamante ciudadano madrileño Félix de Azúa.
Hace apenas un mes, y entre la indiferencia general de los periódicos llamados nacionales, murió el historiador Jordi Nadal, discípulo principal de Vicens Vives y autor de un ensayo que marcó durante décadas la percepción sobre la economía de España que tenían las élites cultivadas. El libro de Nadal, y de modo muy significativo, se titula El fracaso de la revolución industrial en España. También resumido en su esencia, sostiene que la España arcaica dirigida desde Madrid fue, en última instancia, el gran lastre que impidió a Cataluña convertirse en uno de los grandes líderes económicos de Europa en el XIX. Dentro de unos pocos meses aquella columna de Azúa cumplirá cuarenta años y seguirá siendo tan desoladoramente actual como el día que se publicó. En cuanto al ensayo tan célebre de Nadal, el que tanto y tanto influyó en tantos y tantos de tan arriba, se sigue reeditando aún, si bien de un modo cada vez más esporádico. A diferencia de lo que ocurre con la columna de Azúa, se muestra tan desoladoramente arcaico su contenido que hoy se le cae de las manos al lector. Cataluña es el Titanic.