
Haciendo de la necesidad virtud, el PSOE ha lanzado la campaña en Madrid presumiendo de alguno de los defectos de su candidato, sobre todo de esa capacidad para aburrir a las ovejas con la que la madre naturaleza ha dotado a Ángel Gabilondo. "Soso", han dicho, quizá porque “soporífero” no les cabía en el eslogan y tratando de convencernos, como con Illa, de que aburrido y moderado son una misma cosa, cuando en realidad no tienen nada que ver: moderado no es aquel que no tiene ideas sino quien las tiene moderadas.
Además, en sólo unas horas la realidad –que últimamente está empeñada es demoler todos los castillos en el aire que tan cuidadosamente edifica Iván Redondo– y el propio señor Gabilondo han destrozado el eslogan tan cuidadosamente elegido tratando de colarnos tales trolas que ese "formal" tan de Loquillo a estas alturas parece un sarcasmo, colocado ahí por los más irreconciliables enemigos del PSM, que como todo el mundo sabe están en el PSM.
La primera de estas enormes mentiras es quizá la más escandalosa, no tanto por la trola en sí, sino porque ya nos la colocaron una vez y no hace tanto: ni la desmemoriada prensa de izquierdas –valga la redundancia– ha tenido tiempo de olvidarlo. Me refiero, por supuesto, a la promesa de no pactar con Iglesias que ya hizo Sánchez en la campaña de 2019 y que ahora ha repetido Gabilondo.
Encima al candidato del PSOE no se le ha ocurrido otra fórmula que decir que pactar con Iglesias lo "intranquilizaría", calcado del "no podría dormir tranquilo" que entonó Sánchez para firmar un seguro de insomnio menos de 48 horas después de la noche electoral. A ver, señor Gabilondo: puestos a mentir, al menos innove un poco, que si no da la impresión de que nos está tomando por idiotas.
Sólo unas horas más tarde llegó la segunda megatrola: después de años de denunciar la masacre contra los pobres que suponía la baja fiscalidad de Madrid, de que sus compañeros de partido hayan hablado por activa y por pasiva del "paraíso fiscal madrileño", de que el Gobierno nos haya amenazado docenas de veces con forzar subidas en impuestos varios, y, sobre todo, sólo dos meses después de que pretendiese meternos un palo fiscal de 1.300 millones –dos mil euros por madrileño, nada más y nada menos–, ahora Gabilondo dice que no, que él los impuestos ni tocarlos. Coño, don Ángel, un poco tarde para ver la luz del liberalismo, ¿no cree?
Hay que reconocer que, en un PSOE en el que los referentes son la ministra Montero, Adriana Lastra o el propio presidente del Gobierno, uno contempla a Gabilondo con cierta benevolencia: no es de lo peor, cierto. Pero una cosa es que seamos generosos en el juicio y otra muy distinta que seamos tontos, igual que no ser lo más malo no te convierte necesariamente en bueno. Pero es que además, si teníamos alguna duda, en sólo un par de días Gabilondo se ha preocupado de disiparlas rebajándose al nivel de un Sánchez cualquiera: no sólo ha mentido en dos de los asuntos clave de la campaña –qué papel puede tener Iglesias en el futuro de Madrid y qué va a pasar con los impuestos que pagamos–, sino que lo ha hecho con tanto descaro y soltura como lo hace el inquilino de la Moncloa.
Parecía otra cosa, él quiere presentarse como otra cosa e Iván Redondo nos lo va a vender como otra cosa, pero a las primeras de cambio queda claro lo que de verdad es Gabilondo: puro sanchismo, pura mentira.
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