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Pablo Planas

Preparando los indultos

A la mínima ocasión y en cuanto se den unas ciertas circunstancias, el separatismo volverá a la carga. Ellos mismos lo dicen.

A la mínima ocasión y en cuanto se den unas ciertas circunstancias, el separatismo volverá a la carga. Ellos mismos lo dicen.
Pedro Sánchez y Oriol Junqueras, en el Congreso. | EFE

Cunde una corriente de opinión que sostiene que el proceso separatista catalán es historia, que no habrá un nuevo golpe de Estado ni a medio ni a largo plazo y que los pronunciamientos independentistas de los principales protagonistas de la política catalana son pura retórica sin fuste ni fundamento. Atisban esos intérpretes de la realidad toda clase de signos de distensión, de fatiga independentista, de sutiles variaciones de tono y partitura, de cambios perceptibles para olfatos exquisitos que evidencian una nueva fase en Cataluña.

Son los mismos analistas que describen a Pere Aragonès, el nuevo presidente de la Generalidad, como un joven tecnócrata muy alejado de los arrebatos sentimentales de un Torra o un Puigdemont y ajeno también al impostado misticismo de su jefe, Oriol Junqueras. Entienden además que la designación de un exdirectivo de la Caixa, Jaume Giró, como consejero de Economía y Finanzas es una demostración axiomática del volantazo de las elites, al igual que el despido de Pilar Rahola de La Vanguardia tras catorce años de matraca separatista en el diario del tercer conde de Godó y todavía grande de España, Javier Godó.

Aprecian incluso cambios en el paisaje. Cada vez hay menos banderas separatistas en los balcones y en los campanarios. Los lazos amarillos van a la baja, se han caído de casi todas las solapas. Octubre del 17, alegan, es ya un vago recuerdo del que han pasado página hasta sus promotores. Urge, apuntan, un indulto para los golpistas que acabe de cerrar el capítulo y una reforma del delito de sedición que facilite el retorno de Puigdemont.

La aplicación de la medida de gracia es el fin de la creación de ese estado de opinión despreocupado y feliz en el que Cataluña ya no es un problema político sino un destino turístico. El PSOE ya maneja incluso la variable de un referéndum, pero sobre un nuevo Estatut, dicen sus impulsores, para resolver de una vez por todas esa cosa que llaman "encaje de Cataluña en España".

Esos interpretes y sus interpretaciones pasan por alto que Artur Mas no era un radical, sino un tecnócrata de igual corte y confección que Aragonès, al que apodan el pollo pera de Pineda de Mar. Obvian también que Giró se batió el cobre para evitar que la Caixa trasladara su sede cuando el golpe de Estado y que recientemente formó parte de la candidatura barcelonista de Laporta (otro moderado precisamente). Omiten el hecho de que la cabeza de Rahola en La Vanguardia la pedían con insistencia ERC y la CUP, no Vox, Ciudadanos, el PP o el PSC. En el cuadro que pintan tampoco aparecen las soflamas de los golpistas presos en contra de los indultos, ni el eslogan "Ho tornarem a fer" ("Lo volveremos a hacer"), ni la machacona insistencia del pragmático Aragonès en la amnistía y la autodeterminación.

A la mínima ocasión y en cuanto se den unas ciertas circunstancias, el separatismo volverá a la carga. Ellos mismos lo dicen cuando dan un plazo al Estado de dos años para negociar un referéndum. Si no hay resultados en la mesa de diálogo, activarán lo que llaman "embate democrático", una excrecencia dialéctica igual que aquel "derecho a decidir" que impulsó la primera fase del procés. Esperar que los Pujol, Mas, Puigdemont, Junqueras y demás golpistas dejen de odiar a España con todas sus fuerzas es de ese tipo de esperanzas o creencias que conducen directamente a la melancolía. Sólo la amenaza de consecuencias económicas, duras penas de prisión y un 155 de verdad aplacaría la amenaza ahora latente. Pero el Gobierno de Pedro Sánchez está más por la labor de conceder indultos a quienes escupen sobre ellos.

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