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Marcel Gascón Barberá

A la memoria de Maria Amélia Jordão

Maria Amélia Jordão murió hace unos días de covid. Hoy, viendo en Bucarest a Portugal empatar con Francia, me he acordado de ella con inmensa gratitud y cariño.

Maria Amélia Jordão murió hace unos días de covid. Hoy, viendo en Bucarest a Portugal empatar con Francia, me he acordado de ella con inmensa gratitud y cariño.
Marcel Gascón Barberá

El verano (europeo) de 2018 lo empecé trabajando en Namibia. En la capital, Windhoek, "rincón con viento" en afrikaans o alemán, ayudaba en una pensión a cambio de alojamiento. Venía de Venezuela, de donde me había ido después de discutir con un medio español por su complacencia con las empresas que hacían negocio con el régimen de Maduro.

Fui a Windhoek buscando aventura y ese aroma de libertad y civilización remota que solo he encontrado en el sur de África. Pero me encontré al mando con una cubana comunista, hija de namibia y apparatchik cubano, y un puñado de hijos de Merkel que venían de campamento de la Alemania culpada al África que sus ancestros masacraron.

No me gustó lo que encontré, y al cabo de un mes me sentí en Windhoek solo y haciendo un trabajo de mierda que no necesitaba. Al oír mis quejas mi madre me escribía desde España: aquí tienes un jamón entero esperándote en la cocina; parece que estés humillándote por un techo que no necesitas.

En España me esperaba una vida cómoda. Probablemente un trabajo y un colchón mullido en el que descansar hasta encontrarlo. Pero yo quería volver al sur de África, una sección muy especial de la civilización, más que una parte del mundo, que yo había conocido antes de Venezuela trabajando como periodista de Efe en Johannesburgo.

En Joburg, buscando portugueses para un reportaje sobre el Nando’s, exitoso McDonald’s luso que surgió en el extremo sur de África, había conocido años antes a Maria Amélia Jordão. Regentaba un restaurante portugués, O Cantinho da Avó, en el barrio de Rosettenville, en el sur de la ciudad.

Miles de portugueses habían encontrado refugio allí tras ser expulsados del Mozambique que habían construido por la guerrilla marxista. El día que la conocí, Maria Amélia Jordão apuntó mi número en una libreta y se comprometió a buscarme el teléfono de Fernado Abreu, el empresario portugués que junto a su socio judío Robert Brozin construyó el imperio.

Abreu se había ido hacía tiempo de Sudáfrica y Maria Amélia nunca me consiguió su teléfono. Pero yo gané un nuevo restaurante en el que almorzar, una amiga y, como sabría más tarde y le gustaba decir a ella, una segunda abuela.

Nada más obsesionarme con volver al sur de África al dejar Venezuela le escribí a ella. Si sabes de un trabajo, escríbeme. Yo conocía en Sudáfrica a empresarios de éxito y gente bien conectada. Pero solo ella, desde su restaurante y entre sus contactos en luso-áfrica, movió mi currículum por si salía algo.

Una tarde de partidos de mundial en Windhoek (Rusia 2018) me decidí a llamarla. Ella me había ofrecido muchas veces venir a Sudáfrica, a buscar trabajo quedándome sin pagar en su casa. Yo había decidido no seguir bajo el mando de la comunista cubana, pero tampoco quería volver a España.

Hablé con ella y le pregunté si de verdad podía ir. Me dijo que sí. No me preguntó más que el día y la hora. Unos días después, en un vuelo de Air Namibia, aterrizaba en el aeropuerto de Johannesburgo. Allí me esperaba ella con su nieta Micaela.

En el barrio de Glenvista, uno de los suburbios en que muchos portugueses han encontrado refugio de la degradación del cambio demográfico en antiguos pueblos urbanos como Rosettenville, me esperaban sábanas limpias y comida caliente.

Desde el primer día, casi de manera explícita, nos pusimos de acuerdo sobre las rutinas. Todo era natural para mí. Maria Amélia ponía el mantel para comer. Ponía pan en la mesa. Cumplía lo que prometía e informaba siempre de todos los cambios.

Por la mañana, alrededor de las ocho, nos levantábamos, nos duchábamos y nos vestíamos para estar a las nueve en el restaurante. Los días que tocaba hacer la compra la ayudaba en el Spar.

Después yo leía, escribía o me iba con su coche a la ciudad. Cuando sabía que me iba con el coche, Maria Amélia llenaba el depósito de gasolina. Nunca me dejó pagar un céntimo. Solo me ponía una condición: que estuviera en el restaurante a las tres, cuando ella empezaba a prepararse para volver a casa.

En los meses en que viví con ella aprendí algunas cosas. "Jesus Cristo", la canción de Roberto Carlos que llevaba siempre en el caset. Y que nació en Portugal y creció en Mozambique con su padre. Que de muy joven en Maputo, entonces Lorenzo Marques, se casó con un hombre bueno al que quiso hasta su final, a principios de los 2000. Había hecho carrera en la BMW y murió en un día lluvioso de principios de los 2000. Un camión aplastó en una carretera de Johannesburgo el BMW que conducía.

Que abrió el restaurante para escapar de los fantasmas de la ausencia. Que cada Navidad, ella sola y sin cobrar, hacía cientos de bolos rei para los portugueses pobres a los que asiste el Portuguese Forum.

Que le entraron a robar muchas veces, a punta de pistola, en casa y en el restaurante. Se daba cuenta de todo. Aunque no se lo decía, sabía que le reprochaba la desconfianza con que miraba a ciertos clientes, y un día me la explicó con una frase definitiva en la lengua portuguesa que me enseñó a hablar: al gato escaldado le basta con agua fría.

Por el Cantinho da Avó pasaban casi a diario portugueses de Mozambique, Rodhesia, Oporto, Madeira, Setúbal, Braga y Lisboa. Unos dejaban el periódico O Século o su rival entre los lectores de la comunidad, A Voz Portuguesa.

En su restaurante conocí a Eugen, que en paz descanse, o Mr. Gin, como le llamaba ella, un bailarín de ballet jubilado que venía cada miércoles a comer y beberse una interminable garrafa de vino mientras fumaba.

De fondo se escuchaba la novela brasileña de Telemundo. Las empleadas de Zimbabue entraban las sillas de la terraza y yo hacía algún café en la máquina de detrás de la barra.

Allí conocí también a Beto, un pilar del Forum, a su socio Américo y a un mozambiqueño muy simpático que fue compañero de Eusebio y llegó a jugar en el Benifica.

A dona Isabel, que ya falleció también, y a todos los demás clientes portugueses, pero también ingleses, irlandeses o afrikáners, que encontraban en O Cantinho da Avó la Sudáfrica rigurosa y civilizada que dio cobijo a Maria Amélia tras huir de la barbarie marxista en Mozambique.

Maria Amélia Jordão murió hace unos días de covid. Hoy, viendo en Bucarest a Portugal empatar con Francia, me he acordado de ella con inmensa gratitud y cariño.

Pie de foto: de izquierda a derecha, Christopher, Martin, Koi, Neo, el autor y Maria Amélia en la terraza de O Cantinho da Avó.

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