El partido Podemos se ha sumado a la tendencia, que inició el valenciano Ximo Puig, de acusar a Madrid de toda una serie de perversiones fiscales, y sus portavoces anunciaron que presentarán una enmienda a los Presupuestos para acabar con lo que llaman su "dumping fiscal". Así lo llama ya todo el mundo, con lo que los muñidores de esta intensa campaña contra los impuestos bajos pueden anotarse un primer triunfo político: en el lenguaje van ganando.
Son muchos los que se han apuntado a la indignación contra la política fiscal de la comunidad madrileña, aunque la adhesión más sorprendente fue la de Urkullu el otro día. ¿No era más sensato quedarse al margen de esta polémica? En materia de fiscalidad autonómica, un presidente vasco lo mejor que puede hacer es callar, seguir aprovechando las ventajas del régimen foral sin dar la nota y continuar pactando el cupo con el secretismo habitual.
Como Urkullu metió el remo, a Podemos le han preguntado por el cupo. Oigan, ¿y eso qué? Ah, eso no se toca. No lo dijeron así, sino peor. Dijeron que no se pueden hacer comparaciones y que son planos distintos. Claro que son distintos. Pero claro que se pueden hacer comparaciones. Otra cosa es que Podemos no quiera entrar ni por un segundo en este oscuro asunto. Querrán cambiar la Constitución del 78 de cabo a rabo, pero el régimen foral, una herencia de las guerras carlistas que hace de España el único país donde el Gobierno central no puede recaudar impuestos en una parte de su territorio, eso lo consideran intocable. Luego van de anti-establishment.
En el blindaje del cupo los podemitas están muy acompañados. Hace cuatro años se aprobó de forma exprés su renovación por un quinquenio, y en el debate en el Congreso se armó un acuerdo asombrosamente transversal en su defensa. No hay ningún otro asunto sobre el que exista más consenso en la política española. El PSOE y el PP, el infausto bipartidismo al que tanto atacaba Podemos, está en que no se toque. El PNV, no hace falta decirlo. El separatismo catalán, como un solo hombre. En aquella ocasión, noviembre de 2017, sólo hubo dos disidentes, Compromís y Ciudadanos. De hecho, la sesión fue una sucesión de rapapolvos y diatribas contra el único partido nacional –Ciudadanos– que se resistía a suscribir este singular consenso.
El secreto del insólito frente unido del cupo lo desvelaría Maroto, del PP, en aquel entonces, cuando dijo que por su posición contraria a ese privilegio Ciudadanos sólo había durado "un cuarto de hora" en el País Vasco. Tres años después, Ciudadanos reculaba un tanto, a fin de firmar un acuerdo con el PP para concurrir juntos a las elecciones vascas. Pero la cuestión es que si no apoyas el cupo y su cálculo, que se realiza con la más absoluta falta de transparencia, no tienes nada que hacer electoralmente en aquel territorio. De ahí esta rara unanimidad. En cambio, atacar a Madrid por bajar impuestos tiene más ventajas que inconvenientes. Perjudicará en la propia autonomía, pero en el resto no. Y es que, en términos generales, lo que gusta no es imitar a aquellos que bajan impuestos: es prohibirles que los reduzcan.