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Cristina Losada

La ley del más fuerte

Putin ha dado la razón a los países del antiguo pacto de Varsovia que pidieron entrar en la Alianza Atlántica. Ha dado nueva razón de ser a la OTAN.

Putin ha dado la razón a los países del antiguo pacto de Varsovia que pidieron entrar en la Alianza Atlántica. Ha dado nueva razón de ser a la OTAN.
EFE

La OTAN no va a intervenir en Ucrania, pero hay toda una tendencia a enmarcar la guerra que ha provocado la invasión rusa como una en la que los auténticos contendientes son Rusia y la OTAN. Nuestros izquierdistas no lo pueden ver de otra forma. No entienden la Alianza como un paraguas defensivo, sino como un ofensivo instrumento de los Estados Unidos para hacer la guerra por toda la galaxia. Siendo para ellos los EEUU desde siempre y por siempre el Gran Satán, sus enemigos son, de modo automático, amigos. Y en ese mundo eternamente bipolar, que es heredero del que enfrentaba a americanos y soviéticos en la Guerra Fría, no tienen sitio para nada más. Ucrania, en tal dicotomía, no existe y no cuentan ni su voluntad ni la de sus ciudadanos.

El viejo antiamericanismo no es el único que ve así las cosas. Son muchos los que vinculan la agresión de Putin a agravios y humillaciones infligidos a Rusia por la OTAN y EEUU. Es la idea de que la Alianza, al incorporar a países del Este europeo, ha amenazado la seguridad de Rusia. Se alega incluso que se incumplieron compromisos adquiridos durante la caída del imperio comunista, a pesar de que los únicos compromisos demostrados que se han incumplido son los que firmó Rusia en relación a la seguridad de los países del Este. Pero resalta en todo esto el diferente grado de comprensión: son comprensivos con la preocupación de Rusia (o de Putin) por la expansión de la OTAN, y no son nada comprensivos con la inquietud de países del Este por la expansión rusa (o de Putin).

La diferencia en el grado de comprensión parece que depende del tamaño. Rusia es grande, Ucrania, Georgia y otros son pequeños, así que los intereses de Rusia (o de Putin) prevalecen. O depende de la historia, como si el pasado confiriese un derecho inalienable a tener una esfera de influencia por las buenas o por las malas. El resultado, en los dos casos, es normalizar que el pez grande se come al chico, y que nada importa la voluntad del país al que le toca ser absorbido o renunciar a una política independiente. Ese país se reduce a peón que hay que sacrificar para que se mantenga la estabilidad del tablero en el que juegan las grandes potencias.

Es curioso que los que asumen que la historia avala y justifica el deseo de Rusia (o de Putin) de tener a su alrededor un territorio libre de OTAN, no acepten que el deseo de los países del Este de incorporarse a ella está avalado por su experiencia histórica. ¿Alguien se atreve a decir, a día de hoy, que Putin iba a respetar la independencia de unos países bálticos que no hubieran ingresado en la OTAN? El autócrata ruso ha dado la razón a los países del antiguo pacto de Varsovia que pidieron entrar en la Alianza Atlántica. Ha dado nueva razón de ser a una OTAN que, tras el fin de la Guerra Fría, estaba en la duda hamletiana. Y ha despertado el rechazo de los Gobiernos y la población de los países que pretende que formen parte de su esfera de influencia. La ley del más fuerte se puede imponer, sí, pero lleva dentro el germen de su debilidad.

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