
Nadie sabe qué va a ocurrir, pero una de las cosas que podría pasar es que Putin tuviera decidido invadir las repúblicas bálticas, Polonia o cualquier otro país de la OTAN tras doblegar a Ucrania. Con independencia de lo probable que sea esto, no tiene sentido confiar en que nada ocurrirá. Buena parte del debate en Occidente se centra en encontrar el modo de ayudar a Ucrania sin provocar una escalada en la guerra. De ahí la negativa a declarar el espacio aéreo ucraniano zona de exclusión. No está mal dar una oportunidad a que el apetito de Putin se sacie con la pobre Ucrania. Lo peligroso es darlo por hecho. Incrementar los despliegues militares en las fronteras orientales de la OTAN no implica escalar la guerra, es una medida a la vez de natural prudencia y de disuasión.
Además, que Putin tenga la intención de continuar avanzando tras alcanzar la frontera occidental de Ucrania es mucho más probable de lo que a simple vista parece, pues le da sentido estratégico a una invasión que, por sí misma, tiene muchos más costes que beneficios. Si Putin va a seguir avanzando, todas las consecuencias perjudiciales que le ha traído invadir Ucrania, empezando por las sanciones económicas y acabando con su desprestigio internacional, son irrelevantes. A partir de ahí, todo se reducirá a ganar o perder una terrible guerra. Además, no hay motivo para confiar en que Putin no la desencadenará por no poder ganarla. Porque de hecho puede ganarla. Para empezar, no sabemos si cuenta con China. Con ella de aliado, claro que podría ganar. Pero incluso librándola Rusia sola Putin puede razonablemente esperar que, cuando empiecen a llegar cadáveres en bolsas de plástico a Occidente, la unidad de la OTAN se resquebrajará. Y, en última instancia, si se viera incapaz de vencer con armamento convencional, siempre podría recurrir a su arsenal nuclear y exigir la rendición de toda Europa Oriental tras planchar media docena de pequeñas ciudades, contando con que ni Washington, ni Londres ni París se arriesgarán a responder con las mismas armas por temor a las represalias rusas.
Entonces, ¿y si el objetivo de la invasión no es tanto ocupar Ucrania como utilizarla de plataforma para combatir a la OTAN? ¿Y si la ocupación se va a llevar a cabo disfrazada como fin en sí mismo cuando en realidad no es más que un medio para ganar profundidad estratégica en el gran conflicto que se avecina? ¿Y si el verdadero objetivo es llegar hasta donde cayó el Telón de Acero o más allá?
Todo esto puede parecer excesivamente apocalíptico y esperemos que no sea más que un mal sueño. Pero, convertida la guerra en una probabilidad real, no prepararse para ella confiando en que no se desencadenará es una temeridad y una irresponsabilidad. No digamos si, mientras se cierne esta tormenta sobre nuestras cabezas, se gastan veinte mil millones de euros en políticas de igualdad. Si todos los países de la OTAN hicieran lo mismo, Putin ya se vería celebrando la victoria como Zhúkov, pasando revista a las tropas en la Plaza Roja a galope tendido sobre un precioso corcel blanco.
