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Agapito Maestre

Más que un criminal de guerra

He ahí el negro y triste  porvenir de Rusia. Su 'futuro' está determinado por el más horrible pasado.

He ahí el negro y triste  porvenir de Rusia. Su 'futuro' está determinado por el más horrible pasado.
EFE

El proceso democrático de Ucrania es ya un proceso irreversible. La guerra defensiva de esta nación ha fortalecido la experiencia grandiosa de la incertidumbre e indeterminación de la libertad. La guerra aún durará; pero Ucrania saldrá adelante, incluso conseguirá ser un gran país próspero y rico. Porque ha defendido con uñas y dientes su soberanía, su libertad, tiene futuro. Por el contrario, nadie en su sano juicio podría decir algo parecido de Rusia; este país solo tiene un horroroso pasado. Putin solo pretende volver al viejo y cruel estalinismo. Irreversible es también el proceso totalitario de la época de Putin: toda Rusia es ya un Gulag. Seguirá estancada económica, política y socialmente. El siglo pasado decían los grandes expertos en totalitarismo, entre los que destacaban grandes novelistas como Solzhenitsyn y Márai, que el sistema comunista es aún más terrible que el nazi; porque, mientras que el nacional-socialismo alemán se contentaba con la aniquilación física de sus víctimas, los comunistas pretendían otra cosa, querían algo más:

Mataban lentamente a sus víctimas, y les exigían que festejaran y celebraran el régimen que estaba aniquilando sus conciencias y hasta su amor propio.

He ahí el negro y triste porvenir de Rusia. Su futuro está determinado por el más horrible pasado. Eso, exactamente, es lo que queda de la URSS en la Rusia de Putin: homogeneidad y totalitarismo. No existe sociedad civil. Ha sido sacrificada por Putin cualquier noción de heterogeneidad social. Ha desaparecido casi por completo la pluralidad de modos de vida, comportamiento, creencia y opinión. No queda ni rastro de las conquistas liberales de la época de Yeltsin. La Rusia de Putin es una sociedad idéntica consigo misma. La entera vida pública está tan pervertida como la privada. La sociedad rusa es casi transparente. Es una sociedad, como quería Stalin, sin secretos. Todo lo ocupa la figura del Egócrata. Todos parecen encantados con Putin. El Uno.

La cuestión es, pues, ¿desean los rusos ser libres o, por el contrario, lo fían todo a la voluntad del Uno? Mientras tengan pan y un poco de comida, yo diría que seguirá ganando la segunda opción; la libertad para ellos es algo externo a su propia voluntad. Desconocen por completo el motor de las sociedades abiertas: la libertad es, más que un supuesto y una conquista, un deseo. La gran tarea de la inteligencia de ese país es reconquistar el deseo de libertad que les ha hurtado el Egócrata. El asunto es más que complicado en un régimen político sin opinión pública ni sociedad civil. Se me antoja imposible. No me extraña que las élites intelectuales rusas solo tengan dos caminos: o sobrevivir en el nuevo gulag, engañándose con la construcción de un imperio asiático, o exiliarse…

Una cosa es clara: el todopoderoso Putin, el Uno para sus siervos voluntarios, no pasa de ser un apestado, un muerto en vida, para el mundo civilizado. ¿Qué mandatario occidental, después de la guerra, se atreverá a volver a negociar con Putin? Nadie. Ni siquiera al francés Macron se le ocurriría tal acción so pena de perder la legitimidad democrática que le queda en su país. Ningún demócrata querrá negociar con alguien considerado criminal de guerra por el Senado de los EEUU, aunque en verdad parte de su pueblo, un sector de la jerarquía militar y unos pocos oligarcas ya solo lo consideran un muñeco criminal, un criminal sin adjetivos, en manos de los servicio secretos… Entonces la cuestión urgente para pensar es: ¿qué hay después de Putin? Los países democráticos levantarán con el tiempo las sanciones, pero sospecho que buscarán un nuevo interlocutor. Otra cosa sería caer en la indignidad.

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