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Cristina Losada

Imposturas reunidas

Por alguna extraña razón, se ha generado la idea de que los dirigentes de Podemos son ese tipo de gente que cree en las causas que defiende.

Por alguna extraña razón, se ha generado la idea de que los dirigentes de Podemos son ese tipo de gente que cree en las causas que defiende.
Europa Press

La indignación de Podemos con la posición de su Gobierno sobre el Sáhara Occidental es todo un espectáculo. En realidad, no es más que espectáculo. La función comenzó días atrás con un tremolar de banderas dentro del Congreso que no llegó al grado espectacular y ha concluido con el envío de una delegación de tercera a la concentración que se realizó mientras Sánchez peroraba sobre ese y otros asuntos. En medio de estos dos actos de la farsa ha habido declaraciones muy duras y tuits más duros aún, todo lo cual ha tenido la gran utilidad de hacer más vívida y visible la contradicción que implica estar contra el Gobierno y estar en el Gobierno.

No se resiste Podemos a la tentación de la protesta contra el Gobierno del que forma parte, pero la hace como performance. La hace como performance, ante todo, porque es lo que ha hecho siempre. La impostura es su hábitat natural. Y porque no tiene ninguna intención de salir del Gobierno dando un portazo, menos todavía por el Sáhara o cualquier otro asunto de política exterior. Por alguna extraña razón, se ha generado la idea de que los dirigentes de Podemos son ese tipo de gente que cree en las causas que defiende, que son sinceros, incluso en el error. Justo lo contrario se tiende a suponer de los partidos del establishment, a los que nadie cree sinceros y a los que nadie, en general, cree nada. Pero es que no se piensa en el fingimiento de la sinceridad. Sinceridad sobrevalorada, por otra parte. O no se piensa, sin más.

Cada vez que Podemos ha estado en desacuerdo con una decisión de su Gobierno se ha puesto a prueba la sinceridad de las convicciones que lo llevaban a discrepar, y todas las veces ha suspendido la prueba. Mucha performance, sí, pero hechos, ninguno. En los Gobiernos de coalición puede haber discrepancias, y las hay, pero la exhibición pública y ruidosa de las diferencias no está incluida: el derecho al pataleo lo sigue teniendo la oposición. Y si no quiere pasar a la oposición el socio ruidosamente discrepante, lo suyo es que nos ahorre el espectáculo. Un espectáculo mediante el cual quiere salvar sus (aparentes) convicciones al tiempo que permanece en el Gobierno que las pisotea.

Las líneas rojas de Podemos tienen la peculiaridad de ir avanzando de tal manera que cada vez están más lejos. De este desplazamiento continuo se deduce que nunca ha habido líneas infranqueables. Mantenerse en el Gobierno es la prioridad absoluta. ¡Por responsabilidad!, dicen. Y hasta dan a entender que hay división interna, que no todos están de acuerdo en someterse a aquel inapelable principio de realidad. La impostura, su hábitat natural, es también la única salida a un dilema que viene a ser la elección entre autodestruirse dentro o autodestruirse fuera.

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