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Cristina Losada

La soga rusa

La dependencia del gas ruso que tienen Alemania y, por ende, la Unión Europea es la soga que se puso en manos de Putin y que éste apretará a conveniencia.

La dependencia del gas ruso que tienen Alemania y, por ende, la Unión Europea es la soga que se puso en manos de Putin y que éste apretará a conveniencia.
Vladimir Putin | EFE

Las sanciones europeas a Rusia se enfrentan a su primera prueba de fuego. El corte del suministro a Polonia y Bulgaria, alegando que incumplen la nueva regla impuesta por Moscú de que se pague en rublos, es represalia y aviso a navegantes. Putin ha activado el arma del gas contra la Unión Europea y amenaza al resto de países dependientes. La amenaza no es implítica, sino explícita. Moscú ha anunciado que cortará el suministro a todos los que no paguen en rublos, y pagarlo en rublos, como ha recordado la presidenta de la Comisión, supone violar las sanciones aprobadas.

La apertura de hostilidades energéticas contra la UE por parte de Putin persigue dividir más profundamente a una Unión que evitó incluir la compra de gas natural en el paquete de sanciones. Y es que hay países que no pueden prescindir del gas ruso ahora mismo y, lo que es peor, por mucho tiempo. El que menos se lo puede permitir es Alemania, cuyo importante sector industrial sería el gran perjudicado. Esa es una de las razones de que Berlín padezca una especie de parálisis intermitente a la hora de tomar decisiones sobre la guerra de Ucrania.

El canciller Scholz ha ejemplificado esta política titubeante con un giro copernicano en una semana. Primero descartó el envío de armas pesadas a Ucrania diciendo que aumentaría el riesgo de conflicto nuclear. Después aprobó el envío de armas pesadas a Ucrania en forma de blindados antiaéreos. ¿Pese al riesgo de guerra nuclear? Ahora ya no lo nombra. El súbito cambio de Scholz obedece a las presiones norteamericanas y a las que proceden de su propia coalición de Gobierno. Verdes y liberales no comparten la tibieza a la hora de ayudar a Ucrania a resistir, ni la comparte la CDU desde la oposición.

La política energética alemana, que ha resultado en dependencia del gas ruso, no es obra exclusiva de los socialdemócratas, pero son los socialdemócratas los más identificados con una política de acercamiento a Putin. La personifica como nadie el excanciller Schroeder, cuyos lazos con el gigante gasístico ruso son bien conocidos. El propio Schroeder se asombraba el otro día, en una entrevista en el New York Times, de que ahora todo el mundo, de repente, diga que aquella política estaba equivocada, cuando durante varias décadas a todos les parecía bien. Así son las cosas. Fue una política que no tuvo en cuenta la naturaleza del régimen de Putin y las tendencias expansionistas de los autócratas rusos, pese a los precedentes históricos. Y si la tuvo, en Berlín optaron por vendarse los ojos y hacer buenos negocios.

Se atribuye a Lenin una frase, que nunca puso por escrito, que dice: "Los capitalistas nos venderán la soga con la que vamos a ahorcarlos". La dependencia del gas ruso que tienen Alemania y, por ende, la Unión Europea es la soga que se puso en manos de Putin y que éste apretará a conveniencia. Sólo que Putin depende igualmente de la venta del gas para financiarse. El que consiga quitarse antes de su dependencia gana el pulso.

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