Han dimitido a Mónica Oltra por fin. En su discurso de despedida, repleto de la soberbia propia de quien piensa que por ser de izquierdas les está todo permitido, hubo una ausencia notable. No mencionó ni una sola vez a Maite, la menor que primero fue abusada por su marido para luego ver cómo todo el peso de la Consejería de Igualdad dirigida por la propia Oltra se le echaba encima para enterrar el asunto. Ni siquiera se tomó la molestia de lamentar lo que le pasó para a continuación negar toda responsabilidad. Ni una palabra. Nada. Fiel reflejo de lo poco que le ha preocupado nunca la única víctima real de este caso, que estaba a su cargo y a quien estaba obligada a proteger.
Es una ausencia que comparten los vomitivos homenajes que las demás supuestas defensoras de la mujer han hecho a la que ha sido siempre su compañera de viaje. Irene Montero, Mónica García, Yolanda Díaz, Ione Belarra, Ángela Rodríguez Pam, Victoria Rosell y Fátima Hossain han hablado de valentía, generosidad, agradecimiento… pero ninguna ha hablado de Maite. Porque las víctimas reales siempre les han importado un pimiento. Su objetivo siempre ha sido fomentar la división, en este caso, entre hombres y mujeres, y llamarlo igualdad y feminismo. Esa es la "agenda de transformación" que comparten con Oltra. Y quienes persiguen sus mismos objetivos son los buenos, y quienes no lo hacemos somos los malos.
Por eso, al anunciar que dimitía, aseguró Oltra que con su marcha ganaban "los malos". Porque el malo no es su marido, que abusaba de menores a su cargo. Los malos, la extrema derecha, son quienes la han denunciado y los jueces y fiscales que han instruido el caso y han decidido imputarla. Se ha autodefinido como alguien que hace una política "que no va a favor de los poderosos". Y, sin embargo, mientras Maite era menor fue abusada sexualmente por su marido, que era el poderoso no sólo por ser el adulto, sino sobre todo por estar casado con quien estaba. Maite fue la heroína que tuvo que luchar contra la maquinaria estatal que teóricamente debía protegerla, pero que la difamó y hasta la esposó camino del juzgado cuando era ella la víctima.
A Oltra le "duele que la gente del pueblo se sienta abandonada" por dimisiones como la suya, que ya hace falta ser egocéntrica. Pero a quien abandonó de verdad fue a Maite, que tuvo primero que luchar sola, siendo menor, contra el poder. Su poder, señora Oltra. Y que cuando parecía que podía salir adelante, con un hijo en camino, un trabajo en un hospital y una pareja que trabajaba en el mismo lugar, el poder de verdad se encargó de hundirla aún más. Ese Gobierno que decidió privatizar para sí la gestión de aquel hospital para despedirlos a ambos de forma inmediata.
La izquierda es hoy día una religión protestante, en la que te salvas por la fe, no por los actos. La fe de Mónica Oltra es la verdadera, así que se salvará pese a haber abusado de su poder para aplastar como a una hormiga a una cría que sólo quería que su marido dejara de abusar de ella. Yo, en cambio, soy un hereje liberal, de modo que estoy condenado. Y a mucha honra. Que Mónica Oltra o cualquiera de las supernenas te pongan en el bando de los malos es una medalla al pecho que ya quisiera para sí el Magic Andreu.
El único consuelo que nos queda es que aún vivimos en un país en el que una menor, sin formación y con todo el aparato del poder en su contra, puede encontrar ayuda y conseguir que personas poderosas como Mónica Oltra tengan que inclinar la cerviz ante ella. Ojalá nos dure.