
Tan empalagoso a fuer de edulcorado el recuerdo oficial que ahora, treinta años después, quiere instalar la percepción de que la Barcelona de las Olimpiadas constituyó algo así como el punto álgido de una sincera voluntad de construir aquella Cataluña abierta, cosmopolita y española que pudo ser y no fue. Ese gran mito, solo presenta un único punto débil, a saber: que es falso de principio a fin. Por lo demás, se trata de una leyenda binaria en la que se contrapone el reduccionismo propio de la cosmovisión pedánea que en aquel instante encarnaba Pujol con su independentismo germinal, el que aún no se atrevía a salir del armario, el del freedom for Catalonia de su prole, con un pretendido antagonista, Pasqual Maragall, que encarnaría la enmienda a la totalidad al mundo autorreferencial de los catalanistas canónicos.
Una bonita ficción en la que nadie, por lo visto, ha reparado en la coincidencia entre el apellido del hombre que supuestamente abanderó la gran causa de la concordia hispana en aquella Barcelona de 1992, Maragall por más señas, y el apellido del hombre que hoy, en 2022, abandera justamente lo contrario, esto es la causa del separatismo en la misma ciudad, el otro Maragall. En la Barcelona real, no en la inventada de la leyenda urbana, resulta que el líder oficial del movimiento independentista en el ámbito municipal es Ernest Maragall, amadísimo hermano y colaborador político más cercano de Pasqual Maragall cuando los Juegos.
Ocurre que Ernest Maragall es independentista hoy e igual de independentista era hace treinta años, solo que por obvia conveniencia personal y profesional en aquel entonces todavía se abstenía de manifestarlo en público. Y en el caso de su hermano Pasqual cuesta mucho imaginar que las cosas fueran a discurrir por derroteros demasiado distintos. La cruel enfermedad que luego le sobrevino nos impedirá confirmarlo nunca con certeza, pero lo más verosímil es suponer que Pasqual, al igual que su hermano Ernest, también hubiera acabado alineándose de forma activa y militante en las filas del separatismo tras la eclosión del procés. A escondidas, eran lo mismo. Eran y son.
