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Pablo Planas

Ni siquiera un minuto de silencio

Cinco años después de los atentados islamistas y del golpe de Estado se agudiza la degeneración de Cataluña, impulsada además por el Gobierno de Sánchez y Podemos

Cinco años después de los atentados islamistas y del golpe de Estado se agudiza la degeneración de Cataluña, impulsada además por el Gobierno de Sánchez y Podemos
Separatistas durante la protesta ante la sede de la Comision Europea en Barcelona con el lema, "Estado español y CNI, responsables" | EFE

El que era jefe de los Mozos de Escuadra cuando una célula islamista cometió los atentados de las Ramblas de Barcelona y Cambrils, Josep Lluís Trapero, ha desmentido todas las teorías sobre una supuesta mano negra del Estado en dichos ataques. Ha tardado cinco años en advertir que el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) colaboró en todo momento para el esclarecimiento de los hechos y que tanto la Policía Nacional como la Guardia Civil fueron leales a pesar de haber sido apartadas a codazos y empujones de la investigación.

De lo que no habló Trapero en la muy comentada entrevista en La Vanguardia fue del vil aprovechamiento que la Generalidad de Puigdemont y Junqueras hicieron de aquellos atentados. Puede que con el tiempo Trapero haya caído en la cuenta de que él mismo fue uno de los principales artífices de aquella deleznable operación. Los golpistas pretendieron aprovechar los sucesos para presentarse internacionalmente como un Estado en ciernes, como una administración mucho más eficaz que la del Estado español al tiempo que emprendían una campaña cuyo objetivo era el de atribuir a "España", por activa o por pasiva, la comisión de aquellos actos de terrorismo.

Lejos de llorar a las víctimas y consolar a sus familiares, la mayoría de ellos extranjeros, los prebostes golpistas erigieron a Trapero como una especie de general del ejército de Cataluña que sería una realidad, según sus planes, en pocas semanas. La tesis era que el Estado español era una nulidad incapaz de proteger a los ciudadanos. Y eso en el mejor de los supuestos, porque pronto trataron de atribuir la comisión de los atentados al propio Estado. Así se pasó del "España nos roba" al "España nos mata", eslogan que refrescaron con ocasión de la pandemia.

A tal efecto convirtieron la primera manifestación de repulsa contra los atentados en un acto de afirmación independentista con pancartas y gritos contra el Estado y contra Felipe VI, al que llegaron a acusar de armar a los terroristas. Mientras tanto, los separatistas cubrían de flores los furgones y coches de los Mozos e imprimían camisetas con el rostro de Trapero sin que el presunto super policía mostrara la contrariedad que ahora le aflige.

La Generalidad intentó convertir la carnicería islamista en un trampolín para el golpe de Estado y transformar a los Mozos en su principal "estructura de Estado", capaz de garantizar la seguridad y el orden en la inminente república catalana mientras el Rey era insultado en las calles de Barcelona no sólo por los independentistas más cazurros, sino por los propios cargos institucionales de Cataluña. Pocos días después de aquellos sucesos, un envalentonado Trapero boicoteaba todas disposiciones dadas por el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos para frenar la rebelión e impedir el "referéndum" separatista. De ahí aquellas imágenes de "binomios" de los Mozos enfrentándose a agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil el 1 de octubre de ese desgraciado 2017. De ahí los mozos transportando urnas de plástico, velando por la ocupación de los colegios y entorpeciendo el dispositivo policial.

Lo que ha ocurrido este miércoles con los gritos y abucheos de un grupo de separatistas alentados por la indecente Laura Borràs ha sido una reproducción a pequeña escala de lo que sucedió en aquella manifestación de hace cinco años en contra del terrorismo que el independentismo trocó en contra de España. El independentismo ha tocado fondo. Pero solo de momento.

Que activistas separatistas se hayan encarado con familiares de las víctimas mortales, que hayan regurgitado que ellos también son víctimas en tanto que catalanes y que la expresidenta del parlamento autonómico catalán, procesada por corrupta, haya animado esas muestras de crueldad salvaje no sólo demuestra la bajeza moral de unos y otra, sino que es un aviso de hasta dónde están dispuestos a llegar con tal de conseguir sus objetivos. El bochornoso espectáculo de impedir siquiera un minuto de silencio y recogimiento es algo que sólo puede ser comprendido en términos patológicos.

De nada sirve que el partido de Puigdemont y Borràs haya mostrado su oposición a los abucheos, gritos y comportamiento de sus afines después de las abrumadoras muestras de repulsa por su actitud. ¿Acaso el prófugo se ha retractado de sus insidias sobre la implicación del Estado en los atentados? No. Tampoco consta que Borràs haya recapacitado sobre su actitud ni mucho menos que haya pedido perdón. Eso sí que sería una noticia.

El movimiento independentista tiene muchos problemas, incluso más de los que ha causado a la sociedad española. Puigdemont no se atreve a dar la cara ante la Justicia, consciente del daño provocado a la convivencia y a la economía por su golpe de Estado. Y su representante en Cataluña es Borràs, que provoca vergüenza ajena a la mayoría de sus correligionarios. En cuanto a ERC, Junqueras está representado al frente de la Generalidad por Pere Aragonés, un hombre sin ninguna clase de autoridad, incapaz del más mínimo gesto de censura hacia los mamarrachos que han reventado el acto de homenaje a las víctimas. Hasta un corrupto confeso como Jordi Pujol, de moralidad general más que dudosa, se hubiera dirigido a las fieras con aquel "hoy no toca" con el que rechazaba cualquier pregunta potencialmente comprometedora del periodismo bovino catalán.

Cinco años después de los atentados islamistas y del golpe de Estado se agudiza la degeneración de Cataluña, impulsada además por el Gobierno de Sánchez y Podemos, socios y compañeros de viaje del separatismo catalán y del vasco. Ni siquiera un minuto de silencio.

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