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Cristina Losada

Monarquía y modernidad

La monarquía es la permanencia, la estabilidad, la continuidad en el tiempo y el arraigo. Es la sensación de que hay algo anclado e inmutable.

La monarquía es la permanencia, la estabilidad, la continuidad en el tiempo y el arraigo. Es la sensación de que hay algo anclado e inmutable.
Los Reyes de España, Felipe VI y Letizia, junto a la reina británica. | Gtres

Los antimonárquicos mantienen perfil bajo, leo en un titular en alguna parte. Y no es de extrañar que así sea ante el grandioso despliegue de tradiciones y rituales que el Reino Unido está realizando, para sus ciudadanos y el resto del mundo, por el fallecimiento de su reina. Es natural que la espectacular y sobria representación del simbolismo que encarna la corona intimide a los que la rechazan por su carácter no electivo, que es lo que le da su condición distintiva. Pero, además, debería hacer reflexionar a aquellos que cada tanto reclaman la modernización de la monarquía parlamentaria, reclamación que tiende a ser una manera de disculparse por no estar abiertamente en contra.

A fin de cuentas, el que cree que la monarquía tiene que modernizarse es que no la considera moderna. Y si no la considera moderna o "en consonancia con los tiempos", como se suele decir, es que la toma por una antigualla, y una que difícilmente se puede conciliar con la forma de gobierno democrática. Esto último, tomado en su literalidad, es cierto. Pero resulta que las representaciones del poder, la nación y el Estado no surgen sólo de las líneas rectas de la racionalidad política. Y donde se ubica la monarquía es justo fuera de ese área. Aunque en la forma en que ha sobrevivido, que es la parlamentaria, tenga que respetar escrupulosamente aquellas líneas, su capacidad inigualable de encarnar a la nación y al Estado procede de un pozo antiguo y profundo al que no se accede con los conceptos políticos convencionales.

Quienes menos entienden el enigma son los llamados progresistas. Por eso están entre los más habituales promotores de la modernización de la monarquía, aunque nadie sabe, y ellos tampoco, qué significa exactamente y en qué se traduce, más allá de las obviedades al uso. Y no lo saben ni pueden saberlo porque la monarquía es un baluarte contra la modernidad. Es, en cualquier caso, un límite. Si la modernidad es el cambio rápido, el flujo constante, la disrupción de los modos de vida tradicionales o su extinción directa, la monarquía simboliza todo lo contrario. Es la permanencia, la estabilidad, la continuidad en el tiempo y el arraigo. Es la sensación de que hay algo anclado e inmutable. Es la tradición, si hay que ponerlo en una palabra.

Los antimonárquicos, como los que reclaman la modernización, no acaban de captar que lo obsoleto que ven en la monarquía es el defecto que le da valor. Esos valores modernos que se le contraponen son necesarios, sí, pero pertenecen al mundo de la impermanencia y al terreno de la abstracción. La monarquía es de otra pasta, y en la diferencia reside su imbatible poder de sugestión.

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