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Ser español en Cataluña

La representación de España en Cataluña corre a cargo de los padres que piden que en la "escola catalana" enseñen a sus hijos también en español.

La representación de España en Cataluña corre a cargo de los padres que piden que en la "escola catalana" enseñen a sus hijos también en español.
Varios asistentes despliegan una bandera nacional en la manifestación de Cataluña Suma por España para conmemorar el Día de la Hispanidad en Barcelona. | EFE

En Cataluña no existe el Estado. Quedan algunos restos casi arqueológicos, como el abandonado edificio que albergó el Gobierno Civil de Barcelona, una decorativa delegación del Gobierno, un puñado de cuarteles y comisarías en un estado más bien lamentable, las delegaciones de Hacienda, dos inspectores de Educación que recuerdan a los soldados japoneses que sobrevivieron décadas emboscados en remotas islas desiertas tras la II Guerra Mundial y poco más.

La representación de España como nación en Cataluña corre a cargo de los padres que piden que en la "escola catalana" enseñen a sus hijos también en español así como de un puñado de organizaciones constitucionalistas que suplen la falta de medios y la hostilidad de instituciones y partidos con sacrificio y coraje cívico. Muchas de ellas son anteriores al inicio oficial del proceso separatista, de los primeros tiempos de la persecución del idioma español. Otras surgieron como respuesta al rodillo separatista de la última década.

A sus miembros no les sale gratis pertenecer a esas entidades. Ser de la Asamblea por una Escuela Bilingüe, de Hablamos Español, de S'ha Acabat, de Impulso Ciudadano o de Sociedad Civil Catalana no es fácil. De entrada, son tachados de "fascistas" por la mayoría de los medios que operan en la región. Colonos y ñordos son otros de los calificativos habituales que reciben. Nada en comparación con la violencia que sufren los chavales de S'ha Acabat a cargo de manadas de "estudiantes" separatistas, agresiones que nunca son condenadas por los rectores, cuya perspectiva del asunto es que un joven constitucionalista no es más que un "provocador" que en el pecado lleva la penitencia. Es preciso al respecto recordar también los ataques recurrentes contra políticos de Vox, Ciudadanos o el PP.

El independentismo es muy pacífico, pero sus prácticas no excluyen acosar y señalar a niños y familias en las escuelas. Muy pacífico, todo pacífico salvo cuando asaltan un aeropuerto, apedrean a los policías, tanto da guardias civiles, policías nacionales o mozos de escuadra, o revientan un acto electoral de Vox en Vich con grave riesgo de la integridad física de sus participantes. Sobre eso, el consejero de Interior reaccionó como los rectores de las universidades.

Y es que para los independentistas en general y para la dirigencia del PSC en particular, ser español en Cataluña es una anomalía, una herejía, una provocación y un atentado contra la autoridad. Tal vez esa cosa tan "punk" que perciben independentistas y socialistas en la españolidad sea lo que atrae a los jóvenes cada vez en mayor número a las entidades y manifestaciones del constitucionalismo.

De modo que sin Estado y sin ningún respaldo, todo este conjunto de anomalías varias —ñordos, colonos, unionistas, tabarneses, hispanoamericanos todos— ha vuelto a celebrar la Fiesta Nacional en Barcelona, ha vuelto a llenar las calles de banderas españolas e hispanoamericanas, a cantar los pasodobles de Manolo Escobar y a disfrutar del día de la Hispanidad, de la Virgen del Pilar, de la Benemérita, de Cristóbal Colón y de España. Todo ello para gran escándalo de autoridades y fuerzas vivas del separatismo.

A propósito de este día, la presidenta de Valents, Eva Parera, ha pedido al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que tenga a bien considerar la opción de trasladar a Barcelona el próximo año los actos oficiales y el desfile de las Fuerzas Armadas. También ha pedido más Policía Nacional y Guardia Civil en Cataluña e inspectores de Educación. Se trata de la propuesta más disruptiva en Cataluña desde que a un grupo de jóvenes se le ocurrió pedir que la selección nacional de fútbol disputara un encuentro en la región. Y se consiguió. Un amistoso contra Albania, ahí es nada, en el estadio del Espanyol.

Montar un desfile militar en Barcelona es más complejo, sin duda, que un partido de fútbol. Pero encaja perfectamente con la tesis de la descentralización administrativa que plantea el Ejecutivo de Sánchez. La Fiesta Nacional se podría celebrar cada año en una ciudad diferente. Ahí están San Sebastián, Ceuta y Melilla o las Canarias, en cualquiera de sus islas o en todas a la vez. Madrid es genial, sin duda. Nada que objetar, pero los donostiarras o los gerundenses, por ampliar el abanico, también tienen derecho a que sus ciudades alberguen los actos del 12 de Octubre. ¿O es que no forman parte de la España plural?

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