Este jueves la oposición en la Asamblea de Madrid afeaba a la presidenta Isabel Díaz Ayuso que su sueldo es más alto que el del presidente del Gobierno, una comparación que, como bien ha aclarado la popular, está fuera de lugar: para empezar su remuneración está en la línea de lo que cobran sus homólogos en autonomías de similar importancia y capacidad económica, pero sobre todo, porque su cargo no lleva aparejados una serie enorme de privilegios –residencia oficial, vacaciones pagadas, consumos en el hogar, transporte en Falcon…– de los que sí disfruta, y abusa, Pedro Sánchez.
Con la torpeza política que la caracteriza, Mónica García ha elegido, además, un día especialmente inoportuno para su comparación, ya que en pocas ocasiones se ha podido constatar de forma más clara la diferencia entre dos formas de gobernar y de ejercer responsabilidades públicas que no pueden ser más distintas y que, puestas una al lado de otra, deberían abochornar a alguien y no precisamente a Isabel Díaz Ayuso.
La de Sánchez la vimos este miércoles en el desfile por la Fiesta Nacional: pueden parecer una anécdota, pero los errores protocolarios de Sánchez son un ejemplo perfecto de cómo entiende el poder el presidente del Gobierno: algo que le da derecho a hacer un uso aberrante de unas instituciones –en este caso la monarquía– que no le merecen el más mínimo respecto.
En lugar de dar la cara, Sánchez se escondió detrás del Rey para intentar escaparse de la catarata de pitos que le iban a proporcionar los ciudadanos. Y para ello no dudó en faltar al respeto a sus majestades, que es una forma de faltarnos el respeto a los ciudadanos a los que don Felipe y doña Letizia nos representan y, sobre todo, de mostrar su desprecio por la arquitectura institucional del Estado, de la que él debería ser defensor a ultranza puesto que es una pieza esencial.
Encima, y como no podía ser de otra manera, su jugarreta no le valió de nada: por mucho que se esconda los ciudadanos que se reúnen para la Fiesta Nacional sienten tal rechazo por aquel que vende la Nación que le habrían pitado aunque hubiese sobrevolado la Castellana en Falcon.
Del otro lado, este mismo jueves Isabel Díaz Ayuso ha estado en San Fernando de Henares, en una visita que estaba claro de antemano que no iba a ser fácil y que de hecho no lo ha sido: un grupo de afectados por la línea 7B del Metro se ha enfrentado a ella y el ambiente ha sido bastante tenso. Pero la presidenta de Madrid no se ha escondido detrás de nadie: ha aguantado los gritos airados de los vecinos, ha dado la cara, ha mostrado su solidaridad, ha transmitido que entiende la seriedad del problema y se ha comprometido personalmente a aportar soluciones.
Son dos formas muy diferentes de entender el poder y las responsabilidades que conlleva; dos formas entender la democracia, de respetarla o de servirse de ella hasta desvirtuarla. Mal hace Mónica García en recordarnos en qué está la izquierda que ella dice defender y lo que propone una derecha que ya le ha pasado por encima en las urnas… y que a buen seguro volverá a hacerlo el próximo mes de mayo.

