
Acabamos de asistir al espectáculo final de la caída del Twitter original, el que nació en 2006 (parece mentira que en tan pocos años haya volado tan alto y tan veloz) de la mano de Jack Dorsey y otros, muchos de ellos extrabajadores de Google, con comienzos no desprovistos de peleas, despidos y fugas. Parecía imposible, pero otro gigante de la tecnología norteamericana, Elon Musk, el cerebro de Tesla, se ha hecho con la compañía de redes sociales por un importe de casi 50.000 millones de dólares. Como no puedo influir en nadie, muchos menos en este faraón, no podré salvo expresar mi decepción con el viejo Twitter, al que voy a calificar de Twitter malo.
Un día de hace años, habiéndome dado de alta con tós mis avíos a la impresionante caravana de 300 millones de tuiteros o más que dicen que hay en el mundo, empecé a escribir y a relacionarme en los escasos caracteres permitidos, ahora unos pocos más y la cosa iba bien. Pero no me acuerdo de cuándo, porque ya ha llovido, recibí un aviso de que había trasgredido no sé qué reglas morales o administrativas de la compañía sin darme opción a nada más que a obedecer y a ser privado de mi acceso a la red.
No sospechaba yo entonces que desde las alturas de los edificios americanos, o europeos, o los que sean, en los que se controlan las redes sociales, podía adivinarse, mediante algoritmos adecuados, el perfil ideológico, político, estético, cultural, económico, etcétera, de todos sus usuarios. Pero ni siquiera podría haber imaginado que los propios datos que yo he facilitado con la ingenuidad propia de los pánfilos servían en realidad para facilitar a algunas empresas –las que pagan a Twitter– el acceso a mi correo, mi cuenta, mis direcciones para recomendarme, casi obligarme, a consumir productos que ellos ya sabían que podían interesarme.
Pero lo que me resultaba inaceptable es que mis reflexiones, opiniones y argumentos fuesen examinados con lupas ideológicas al servicio de no se sabe bien quién para eliminar los comentarios que no coincidieran con la preferencia de sus administradores. Recuerden que al propio presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, le fue vetada su presencia en Tuíter –no fui el único caso, ya ven—, mientras la red social se ponía al servicio del sectarismo de los "progres" de ese país o de los achinados frecuentadores del foro de Davos u otros centros de poder mundial.
Vale. Ese twitter "malo" ha caído, aunque ya veremos si nos devuelven las cuentas a los insurrectos de las redes sociales que no insultamos, ni calumniamos, ni faltamos al respeto a nadie, sino que nos limitamos a expresar libremente lo que pensamos sobre cualquier hecho, acontecimiento o realidad y que, habitualmente, no coincide con las de los divos del pensamiento políticamente correcto.
Espero que no pueda ocurrir que si afirmo que la Iglesia de Sevilla maltrata y niega a uno de sus mayores defensores, Gonzalo Queipo de Llano, que salvó a centenares o miles de religiosos sevillanos del asesinato y el ultraje, nadie pueda presionar para que me expulsen de nuevo de Twitter. Tampoco si digo que el ejemplo que ilustra de lo que se salvó la iglesia sevillana fue Málaga, a la que cuando llegó, vio y venció Queipo de Llano en febrero de 1937, se encontró con que 2.306 personas civiles, religiosas y militares, vinculadas o relacionadas con las derechas y el bando nacional, habían sido asesinadas durante el mandato de los gobernantes republicanos desde julio de 1936, como aportó valerosamente el profesor Antonio Nadal. Eso fue lo que no pasó en Sevilla, donde es posible que, desgraciadamente, pasara lo contrario. Es lo que tienen las guerras.
Aunque siga existiendo el Twitter "feo", que es el que se aprovecha de mis expresiones de conciencia para alimentar los mensajes de quienes quieren que mi dinero pase a sus bolsillos, quedo a la espera de un Twitter "bueno", que no elimine a ninguna persona de su cuenta ni la censure por sus opiniones –respetándose normas básicas de urbanidad y respeto, claro—, sino que anime el debate racional con la aportación de pruebas y evidencias.
Los amigos del sectarismo totalitario –la ley de Memoria Democrática es su último invento– no soportan la discrepancia, la disensión, el desacuerdo. Tratan de eliminar al discrepante, multarlo, tal vez procesarlo, silenciarlo, liquidarlo. No, señores. No purguen, no depuren. La libertad exige que las verdades se abran paso y las razones se consoliden. No me anulen. NO me prohíban. Respóndanme, debatan conmigo.
Espero que el nuevo Twitter, a ver si "bueno" de Elon Musk, me lo permita, nos lo permita. Si es así, bienvenido sea. Si no, seguiremos en la insurrección permanente.
