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Pedro de Tena

El desconcierto político nacional

No hay en ellas un proyecto de nación que ilusione a alguien.

No hay en ellas un proyecto de nación que ilusione a alguien.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez recibe al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. | EFE

No tengo más remedio que reconocer que estoy desconcertado y que percibo, directamente o no, que muchos de mis conocidos y amigos también lo están. Es más, es que a derecha e izquierda diviso un rumor de desconcierto que hace que esta Nación no sepa ni quién es ni dónde está ni siquiera a dónde se dirige. Ya saben que el desconcierto se produce habitualmente a partir de una sorpresa que revela, causando pasmo o estupor, que lo que creíamos cierto y seguro no lo es. Es entonces cuando comienzan la decepción y la desconfianza en el futuro, un primer paso hacia el precipicio o hacia la salvación.

El primer desconcierto que percibo es respecto a nuestra Constitución de 1978. Muchos creyeron que la supuesta reconciliación de los españoles —la democracia liberal bajo la modalidad de la monarquía constitucional—, era una solución definitiva para el problema político de España. Pero nos hemos dado cuenta, en este caso paulatinamente, que nuestro texto rector es como un queso de Gruyère, lleno de agujeros y de debilidades. Hemos comprobado cómo, desde su interior, se han podido reeditar los separatismos y se puede rescatar el socialcomunismo más antidemocrático y guerracivilista. Y, sobre todo, en los últimos tiempos, nos hemos percatado de que con el gobierno en la mano se puede dinamitar el edificio entero sin tener que dar golpe de estado alguno.

La segunda disarmonía que advierto se da en la propia izquierda de raíz marxista, que es casi toda, que siempre escondió su verdadero carácter tiránico tras los pobres, clase obrera, pueblo y demás envoltorios de su propaganda, sin aclarar a sus seguidores que los pobres no eran otra cosa que una palanca oportunista para conseguir el poder dictatorial. Ahora, muchos de esta izquierda social que se creyeron la vieja letanía están comprobando que la búsqueda del poder cínica y desnuda está dejando a los débiles donde siempre, solos y abandonados (luz, gas, carburantes, precios, paro), y que se empeñan en destrozar familias, valores, ritos, verdades históricas, educación y demás elementos de convivencia sin molestar siquiera a los poderes económicos y sociales reales. Y, como acaba de demostrarse con la Ley del "sí es sí" y su batalla contra el poder judicial, sin cabeza y sin fines compartibles, a la que se han sumado, por una vez consecuentemente, Pedro Sánchez y todo su gobierno.

El tercer elemento del desbarajuste, también observable en las izquierdas, es que la democracia, el contar con las personas como tales para alcanzar acuerdos, se ha visto retrotraído al pasado más centralista y despótico. En los partidos, en todos ellos, se aposenta una camarilla inescrupulosa que decide qué, quién (Yolanda Díaz, verbigracia), cómo, por qué y para qué hay que hacer las cosas que deciden sin contar con nadie. Con la boca llena de la palabra "democracia" todo el día y toda la noche, estas castas no irradian ejemplaridad moral (Pedro Sánchez es arquetípico, con su señora al lado) y coherencia intelectual, sino crueldad en el castigo de los disidentes, generación de dependencias para enmudecer al respetable y arbitrariedad intelectual sin límites conocidos.

Hay un cuarto factor de desconcierto, esta vez, en las derechas o centro-derechas. Se ha observado en demasiadas ocasiones ya que, además de coincidir con las izquierdas en un cesarismo elitista de sus comités directivos que distribuyen cargos y puestos sin más mérito que la lealtad a sus dirigentes, no hay en ellas un proyecto de nación que ilusione a alguien de esa mitad de España, o más, que forman su pretendida "mayoría natural". Lo que se ha visto es que, cuando han podido, no se han movido, han paralizado los cambios o porque no los quieren o porque no los tenían previstos o porque hay acuerdos tácitos con las cúpulas de la izquierda para no tocar los hechos consumados (algo que la izquierda nunca ha respetado: recuérdese el Plan Hidrológico, la Ley de Educación y tantas otras cosas). Hay, pues, una decepción creciente y una desconfianza muy acusada hacia sus palabras y eslóganes.

Hay un quinto aspecto de la debacle moral en el centro derecha: su incapacidad manifiesta para ponerse de acuerdo precisamente en un proyecto nacional de calado donde los personalismos y los matices dejen paso a una estrategia de consolidación de una democracia que está en evidente peligro. Quedan tres pasos y medio para que ETA, sí, ETA, gobierne el País Vasco, dos y cuarto para que el separatismo catalán obtenga amnistía y referéndum y apenas ninguno para que la sociedad civil española, la poca que quede, perezca destrozada por una crisis de sus creencias más íntimas y firmes. Da la impresión de que el centro derecha en su conjunto no tiene en cuenta ni habla con el cuerpo social de sus votantes, clases media y trabajadora, urbana y agraria, y que vive pendiente de los superricos del Ibex 35 y poderes fácticos derivados.

Hay una sexta deriva: la llamativa y abundante indiferencia ante el desnortamiento nacional, ante la agonía del discurso racional con la verdad como fin, ante la extensión de un primitivo hedonismo obsceno y adolescente y ante el cultivo consciente y exclusivo de un encuadramiento extrapolítico –fútbol, toros, cofradías, clubes varios, redes sociales y demás eslabones—, que nos hacen muy vulnerables como Nación. Sí, hay desconcierto, hay cansancio. La nave no va. ¿A dónde va España?

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