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Cayetano González

Un Papa humilde, honesto intelectualmente, muy unido a Dios

Su renuncia fue un acto de desprendimiento de sí mismo, en un mundo donde abunda muy poco, entre quienes tienen responsabilidades de gobierno.

Su renuncia fue un acto de desprendimiento de sí mismo, en un mundo donde abunda muy poco, entre quienes tienen responsabilidades de gobierno.
El papa emérito Benedicto XVI no quiso perderse una canonización, también muy emotiva para él. Fue aclamado por la multitud y saludado por Francisco | Cordon Press

En estos días transcurridos desde que el papa Francisco dio la voz de alarma —pidiendo oraciones a todo el mundo— sobre el grave estado de salud del papa emérito Benedicto XVI, ha habido tiempo para reflexionar sobre el ejemplo de vida y el legado humano y espiritual que deja Joseph Ratzinger tras 95 años de una vida fructífera dedicada en su mayor parte al servicio de Dios y de la Iglesia.

Sin duda, el hecho más noticioso, pero también más relevante por su hondo significado, fue su renuncia el 11 de febrero de 2013 a seguir siendo Papa, aduciendo que ya no se encontraba con fuerzas para seguir llevando el timón de la barca de Pedro. Era la segunda vez en la historia que eso sucedía —la primera había sido la de Gregorio XII en 1415—, pero la decisión de Benedicto XVI fue un claro ejemplo de humildad, de desprendimiento de sí mismo, en un mundo donde precisamente abunda muy poco, entre quienes tienen responsabilidades de gobierno, ese tipo de comportamientos. Benedicto XVI, según el mismo contó, lo había pensado pausadamente en la presencia de Dios, y de acuerdo con su conciencia llegó a la conclusión que debía dejar paso a otro Papa.

Muy unida a esa renuncia, está su comportamiento posterior. Benedicto XVI se apartó de verdad de su responsabilidad. No se quedó como "vigilante en la sombra" del nuevo Papa. En su último discurso ante el Colegio cardenalicio prometió fidelidad y servicio al nuevo Romano Pontífice, y así ha sido. Aunque físicamente se quedó dentro del recinto del Vaticano —en el Monasterio Mater Eclesiae— puso muchos kilómetros de distancia para no interferir en el nuevo Pontificado, a pesar de que algunas informaciones publicadas en estos años apuntaban a que intentaron utilizarle para contrarrestar algunas iniciativas o decisiones del papa Francisco. Benedicto XVI nunca dejó que se le utilizara, y siempre se mostró fiel y leal a su sucesor.

Una segunda característica de su trayectoria vital fue su honradez intelectual y su defensa y búsqueda de la verdad. Nunca contrapuso la fe con la razón, todo lo contrario. Fue un gran teólogo —uno de los mejores, sino el mejor del siglo XX— con una capacidad y lucidez para diagnosticar en sus intervenciones públicas, tanto como cardenal como posteriormente al ser elegido Papa, la situación de la sociedad occidental y específicamente de la Europa que el vivió y conoció. En este sentido, sus discursos ante el Bundestag alemán, como en la Universidad de Ratisbona, por citar dos muy conocidas, son unas piezas de gran calidad intelectual y moral.

Esa humildad y esa honradez intelectual, le ayudaron sobremanera cuando fue elegido Papa. Los llamados sectores "progresistas" del mundo intelectual, clerical y de los medios de comunicación le recibieron con uñas y dientes, subrayando de forma negativa y peyorativa su labor al frente de la Congregación de la Doctrina de la Fe durante el pontificado de Juan Pablo II.

Si de hecho no era fácil suceder a un gigante de la fe como era Karol Wojtyla, con una capacidad de llegar a la gente, y de conectar con todo el mundo, sobre todo con los jóvenes, Ratzinger se encontró con esos prejuicios y etiquetas que le pusieron quienes desconfiaban de su quehacer al frente de la cátedra de Pedro.

Y, sin embargo, en muy poco tiempo, Benedicto XVI fue desmontando esos prejuicios y ganándose no sólo el respeto, sino la estima y el afecto de mucha gente, creyente o no, que vieron en él, una persona sencilla, humilde, serena. Aplicó perfectamente en su magisterio petrino aquella frase lapidaria y certera de Juan Pablo II: "La fe no se impone, se propone".

Por último, y esta es la razón que explica todo lo anterior, Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI, era un hombre de Dios. Algunos pueden pensar que sólo faltaría que un sacerdote, un cardenal, un Papa, no lo fuera. Y ese es un pensamiento certero. Pero para ser un hombre de Dios hay que trabajárselo día a día, porque eso no llega gratis desde el Cielo, valga la expresión. Se notaba que Benedicto XVI estaba en continuo contacto con Dios, y muy probablemente ese trato habrá sido más intenso, más personal, más reposado, durante estos nueve años transcurridos desde su renuncia, en los que sin duda ha tenido más tiempo y más tranquilidad para fomentar esa vida contemplativa entre las paredes del Monasterio Mater Eclesiae, dentro de los muros del Vaticano.

Descanse en paz, Joseph Ratzinger, Benedicto XVI y que desde el cielo siga ayudando a sostener a la Iglesia del siglo XXI, de la que él fue cabeza visible durante casi ocho años.

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