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Santiago Navajas

Punitivismo vs. buenismo penal

El paradigma buenista es colectivista, ya que culpa a la sociedad 'in toto'. Sobre todo a los hombres, que formamos el "heteropatriarcado".

El paradigma buenista es colectivista, ya que culpa a la sociedad 'in toto'. Sobre todo a los hombres, que formamos el "heteropatriarcado".
Irene Montero e Isa Serra | EFE

De la Ley del "solo sí es sí" se ha hablado mucho de sus incongruencias, pero se ha pasado por alto el análisis de su filosofía subyacente. El común de los mortales, empezando por abogados y jueces, se ha centrado en lo que parecía un "error técnico" por el que se reducían las penas a los delincuentes sexuales. Pero nada más lejos de la realidad. Porque la ideología que subyace a esta reforma es el llamado antipunitivismo o buenismo penal, corriente filosófica y política que cuestiona la efectividad de la pena como medio para prevenir la delincuencia y aboga por la rehabilitación y la reintegración social de los delincuentes.

Es decir, frente al castigo al delincuente hay que pasar a un modelo que privilegia la mediación entre el violador y la agredida. Por supuesto, en el paradigma buenista no se habla de violador, porque sería estigmatizarlo, sino "victimario". Se trata de sustituir al funcionario de prisiones por el trabajador social que, con mucho diálogo, escucha activa y una actitud positiva, haga ver al violador, digo el victimario, todo el mal que ha hecho para que por arte de magia buenista cambie de actitud y se transforme de mr. Hyde en el doctor Jekyll. También le iría mejor a la víctima porque el mal ya está hecho, se dice, y no gana nada con el castigo al agresor, contribuyendo con su perdón al bienestar social, la empatía de género y la transformación social.

Por supuesto, el castigo no es incompatible con la reinserción. Al contrario. El buenismo penal está dándole alas a los delincuentes para que vuelvan cometer sus crímenes. Esto lo sabe cualquier jefe de estudios de instituto, pero lo desconocen los que cegados por la ideología, a salvo en sus cátedras y parapetados tras sus puñetas, se dejan llevar por el utopismo, usando a las violentadas como conejillos de Indias para su agenda de activismo social.

Victoria Rosell, la flamante Delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, y una de las principales responsables de la excarcelación prematura de violadores, lo ha sintetizado en un eslogan para mítines y titulares: "Una política que solo propone subir penas es una pena de política. Una política de pena". La que es una política de pena es la propia Rosell, una de esos ejemplos de jueces transformados en leguleyos políticos, al estilo de Baltasar Garzón, que nos suele proporcionar regularmente la izquierda.

Esta visión del buenismo penal es compartida por las feministas de género y los violadores degenerados, uno de los colectivos con una reinserción más difícil y una reincidencia más que probable. Un estudio como el de Pueyo y Nguyen, La reincidencia sexual: breve resumen del estado de la cuestión, apunta a la dificultad de saber la realidad de la reincidencia debido a que la real seguramente está escondida. Además, los delicuentes sexuales, y por tanto violentos, suelen cometer otros tipos de delitos distintos a los sexuales.

También debemos recordar la oposición del cuerpo de catedráticos de Derecho Penal a la propuesta de cadena perpetua revisable, un tipo de pena que hacía homologable el sistema español al europeo, aunque, al parecer, solo cabe homologarnos en una dirección: la que marca la agenda progresista. Todo lo demás es reaccionario, populista y, claro, franquista. No olvidemos nunca a Franco en la ecuación. No es de extrañar que Patricia Faraldo, catedrática de Derecho Penal y asesora de Irene Montero, declare que sabían que se rebajarían las penas y se liberarían a violadores, pero en aras del buenismo penal rechaza el "populismo punitivo": "Más penas no significa más protección a las víctimas". Eso no se lo dice a la cara a la niña que fue violada por su tío o a las diecisiete mujeres que fueron violadas por el mismo adolescente y que han visto cómo Irene, Pam, Victoria e Ione les rebajaban la pena, con el consentimiento de Pedro.

Victoria Rosell insistía en que el modelo punitivista es individualista ya que castiga al agresor. El paradigma buenista, por el contrario, es colectivista, ya que culpa a la sociedad in toto. Sobre todo al conjunto de los hombres que supuestamente hemos formado una especie de organización criminal denominada "heteropatriarcado". Por eso hablan de "terrorismo machista", tratando de extender la culpa de la violación del sujeto individual Fulanito Pérez al sujeto colectivo "hombre".

Pero, como en el caso de la cadena perpetua revisable, la respuesta democrática, expresada tanto en redes sociales como en medios de comunicación, ha puesto a los iluminados buenistas del Derecho Penal y la ideología de género en su sitio, obligando al PSOE a cambiar la ley por electoralismo puro y duro. Ya es tarde, sin embargo, para las mujeres humilladas por el Estado y el Ministerio de Igualdad. Irene, Pam, Victoria, Ione, las cuatro jinetes del apocalipsis de género no pueden seguir esparciendo su toxicidad ideológica ni un segundo más.

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