La sanidad pública madrileña está entre las mejores de España. Se podría argumentar que es la mejor, pero para eso deberíamos ponderar los distintos parámetros de calidad (distintas listas de espera, satisfacción del paciente, etc.): un ejercicio bastante subjetivo que podría dar un número casi infinito de rankings, muchos de ellos razonables y con distintos resultados. En todo caso, Ayuso tiene razón: fuera del sectarismo político no hay razones para convertir Madrid en un campo de batalla sanitario mientras se mira hacia otro lado ante los peores resultados de otras comunidades, desde Andalucía hasta Cataluña, gobernadas por partidos de distintos colores que claramente tienen peores resultados en casi cualquier medición de calidad.
Y, sin embargo, se equivocaría despreciando el malestar de los madrileños con su sistema de salud. Porque la sanidad pública es siempre un pozo sin fondo de problemas en toda España, especialmente tras la pandemia, y por tanto también en Madrid. Es inaceptable que la gente deba esperar meses para ser tratada de sus enfermedades. Sin embargo, lo hemos aceptado como algo inevitable, mientras que el único debate público permitido sobre el sistema sanitario español es el de las supuestas maldades de los hospitales concertados, e incluso éste funciona con eslóganes y no con datos.
La izquierda está llevando a cabo una campaña mediática brutal contra ella porque puede, porque los grandes medios carecen de escrúpulo alguno y su objetivo no es informar, sino hacerle el trabajo sucio a la izquierda. De ahí la cantidad de información dedicada a denigrar la sanidad pública madrileña y el silencio clamoroso ante lo que sucede en otras regiones: Lo País llegó al extremo de ilustrar con la foto de un hospital madrileño la noticia de que en la Comunidad Valenciana una niña murió de peritonitis tras tres visitas a Urgencias en las que no le hicieron ninguna prueba. El reportaje, que hablaba de la "mala suerte" que supone morir en Urgencias así, en general, contrastaba con todas las informaciones que ha dedicado a criticar y culpar a Ayuso de hasta el más pequeño fallo en los centros de salud madrileños.
En cambio, no existe la misma campaña contra Ximo Puig, pese a que existen pruebas de que su gestión ideologizada es responsable de que las listas de espera hayan aumentado en los hospitales donde se "ha acabado con la privatización". El contraste entre el tratamiento mediático del hospital Isabel Zendal y las tiendas de campaña de Puig arrastradas por el viento no podría ser más gráfico. Pero claro, en Valencia está el PSOE en coalición con la extrema izquierda nacionalista, así que los resultados negativos de su gestión deben barrerse debajo de la alfombra, como hacen con las investigaciones de corrupción de su Ejecutivo e intentaron hacer con los esfuerzos de Mónica Oltra para tapar los abusos sexuales de su marido y silenciar a la víctima.
Ha sucedido lo mismo con las muertes en las residencias madrileñas por la pandemia. Pese a que en la comparativa con otras comunidades Madrid no sale malparada, parece que sólo murieron ancianos en Madrid y por culpa de Ayuso. Incluso ahora, una huelga que siguen unas decenas de médicos está recibiendo una atención infinitamente mayor que la huelga de letrados contra el Gobierno de Pedro Sánchez, que ha provocado ya la cancelación de 140.000 juicios con lo que eso puede suponer para las personas implicadas, que en muchos casos habían esperado ya años para que sus casos se resolvieran.
Está por ver si esta campaña mella lo suficiente la imagen de Ayuso como para hacerle perder una mayoría absoluta que tiene al alcance de su mano o su carácter exagerado y partidista termina volviéndose en contra de sus promotores. Pero este es el tablero inclinado en el que siempre ha tenido que jugar la derecha. Ayuso es periodista y sabe lo que hay. Despolitizar los espacios públicos es un paso imprescindible, pero para equilibrar mínimamente la balanza hace falta un proyecto serio y a nivel nacional. ¿De verdad alguien se espera eso de Feijoó?