Cada día que pasa más razón hay que dar a Pedro Sánchez por advertirnos de que perdería el sueño, él y la inmensa mayoría de los españoles, si dejara entrar en el Gobierno a Podemos, a ministros "del círculo cercano al señor Iglesias con poca experiencia de gestión pública". Sería como "dos gobiernos en uno", lamentó.
Cada día que pasa hay que hacerle más responsable del daño irreparable que supone esa mentira fundacional, base de su ilegítimo poder.
Porque Podemos ha ido a caer estrepitosamente en carteras que muchos consideraban inocuas pensando, como les pasaba a Mariano Rajoy o a Pablo Casado, que sólo la Economía importa. Pero desde Ministerios convertidos en soviets, los comunistas, que lo son y lo pregonan, han hecho leyes que dañan al individuo, que es lo que hay donde ellos sólo ven "gente". Y otros les aprueban esas leyes porque de lo contrario se despeñaría toda la maldita cordada que se tiene agarrada por donde más le duele a cada uno: este se queda sin gobierno pero aquel se queda sin favores. Y entre esos favores está la desaparición de delitos, algo que supone el borrado completo de la historia. Hemos perdido el sueño y hemos llegado demasiado lejos.
Las leyes que salen de Podemos, de esos "círculos cercanos al señor Iglesias con poca experiencia en la gestión pública" y que avala el PSOE por mera subsistencia, hacen un daño irreparable: un aborto interpretado como derecho, incluso el de una menor que no habla con sus padres, un cambio de sexo —o varios sucesivos— también en un menor que tampoco requiere reposo y consejo, una excarcelación o rebaja de pena de un violador.
No son impuestos o planes industriales. Ni siquiera son leyes educativas, muy dañinas pero, en ocasiones, reversibles. Las de Sánchez y compañía son leyes cuyos efectos reales en las personas no tienen vuelta atrás. Y tal responsabilidad ha recaído en una ministra sin preparación alguna pero con la intención intacta. No la exculpemos por incapaz, que lo es, ni le carguemos sólo a ella toda la responsabilidad.
Irene Montero conoce muy bien los efectos del comunismo y los persigue, chapuzas aparte, sabiendo que el comunismo siempre da por amortizados los daños colaterales. El comunismo no genera prosperidad, no es una forma de gestión sino siempre revolución porque de otra forma no puede existir. Y si la revolución no es necesaria, se hace lo imposible para que lo sea. Lo sabe bien, por ejemplo, Isabel Díaz Ayuso. Por eso Montero celebra sus desgraciadas victorias lanzando besitos… pero levantando el puño. Todo esto, qué remedio, Sánchez lo avala personalmente.
Dice la ministra Montero que la Ley Trans es una conquista definitiva contra la "transfobia y la elegetebeifobia" —lo correcto, según la Neolengua, sería "elegetebeicumasfobia"— cuando, en realidad, aprueban un texto que hace desaparecer a los homosexuales, bichos raros que sólo sienten atracción por personas de su mismo sexo, y que reduce el hecho de ser hombre o mujer a un sencillo trámite, reversible a capricho, en el registro civil. Candados en los armarios. Décadas de feminismo a la basura. Fragilidad adolescente hecha pedazos.
Pero lo peor llegará cuando la terrible norma vierta sus efectos sobre menores que no requerirán de conocimiento parental —ni "marental", que dirían las presuntas feministas moradas— para hormonarse o entrar en un quirófano. De pronto, lo dicen los expertos a los que no se ha consultado, surgen transexuales convencidos en todas las aulas preuniversitarias. Más que nunca. Muchos saltarán por la borda, al encuentro de un canto de sirena que jamás los devolverá a tierra firme. Irreversible pero legal.
El derecho a abortar
Sobre el aborto siempre será difícil legislar, pues toca convicciones morales de extremos irreconciliables. La discusión —la posibilidad de un entendimiento de mínimos— se acaba de golpe cuando llega la izquierda para convertirlo, otra vez, en la conquista de un derecho, el derecho a abortar. Y para que la conquista sea plena y ahonde en su irreversibilidad, también sin permiso de los padres en el caso de adolescentes de 16 años.
No se ha buscado la salida a un complejísimo problema sino convertirlo en una opción más. Si alguna vez se salvó la distancia entre los que jamás justificarían un aborto y los que sólo lo contemplarían como última salida ante una situación angustiosa y, desde luego, como un fracaso, ahora ha saltado por los aires gracias a la reforma de la ley de Podemos y el PSOE.
Por si fuera poco, el drama ha sido posible gracias al rodillo del soviet Constitucional en el que Cándido Conde Pumpido ha arrasado sin complejo alguno. Se rechazó su propia recusación, la del ex ministro de Justicia Juan Carlos Campo y la de la ex vocal del CGPJ Inmaculada Montalbán, todos ellos contaminados al haberse pronunciado con anterioridad sobre la norma recurrida. Después, los recusados impidieron la abstención voluntaria que presentó Concepción Espejel que también se había pronunciado sobre la norma recurrida aunque, en esta ocasión, en contra. Todo sin precedentes, todo inédito en democracia. Todo golpismo y puño en alto.
Derogación del "sólo sí es sí"
De la desgraciada Ley del "sólo sí es sí" de Montero y Sánchez cabe seguir contabilizando los beneficios penitenciarios que supone para violadores y esperar que el PP muestre la firme voluntad política de derogarla cuando llegue al Gobierno. Es tan irreversible que si un reo sale antes de tiempo, que será lo que suceda en todos los casos de reducción, no volverá a prisión aunque se cambie la Ley.
Quedan meses en los que los perversos efectos seguirán suponiendo agravios —y riesgo cierto— para las víctimas. Dudo que en esos meses pueda repararse algo porque toda la ley está viciada de origen pero el PP insiste en intentarlo para evitar más daños. Si eso supone que no habrá derogación y que les valdrá el parche como Ley, será una muy mala noticia. En el caso de que el PP gobierne España en 2024, los violadores seguirán saliendo de la cárcel antes de tiempo gracias a la Ley Sánchez-Montero, la Ley del Insomnio. Esa es la herencia que debe valorar Génova cuando preste su ayuda para coser el parche. En todo caso, algún jurista nos debería aclarar los efectos reales (benéficos) de una rectificación sobre el desastre legal que nos asola. Pero de lo que no cabe duda alguna es que hay que derogar.
Por primera vez, un programa electoral ilusionante sería aquel que mejor prometiera la quijotesca empresa de desfacer entuertos. Lo dijo en esRadio el candidato del PP a la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, cuando aseguró llevar dos carpetas: una con lo que hay que hacer y otra con lo que hay que derogar. Por el bien de todos, debe ser mucho más abultada la segunda.
No se puede ser libre sin derribar muros. Y eso supone mucho trabajo.