Begoña Suárez, la enfermera que ha reventado las redes sociales con un vídeo sobre la imposición del catalán para opositar en Cataluña, ha hecho varias tonterías en un único vídeo y ha tenido la mala suerte de que se viralizase. Uno de estos errores ha sido, sin duda, utilizar su entorno de trabajo para una reivindicación que, nos guste más o menos, es política. Hay que ser justos: si estamos en contra, y lo estamos, de que los esbirros de Médica Madre tomen los centros de salud no es porque nos caigan mal, que nos caen, sino porque los servicios públicos los pagamos entre todos y no para que sean el chiringuito de los intereses de algunos. Tampoco tuyos, Begoña, lo siento.
Pero la peor bobada que ha hecho la joven enfermera ha sido confundir las redes sociales con la barra de un bar, en el que puedes decir lo que sea y en el tono que sea y lo peor que te puede pasar es que el camarero se niegue a servirte la siguiente copa. No, aunque parece que el mundo entero se niega a entenderlo, con cada vídeo en TikTok, tuit o chorradita en Facebook pones a rodar una bola de nieve que no sabes a dónde puede llegar y, sobre todo, que ni te imaginas en qué momento puede darse la vuelta y hacerte perder una pareja, un trabajo, una vida.
Dicho sea lo anterior –y tómenlo como un aviso, por favor– las tonterías de Begoña no justifican la cacería fascistoide a la que se está viendo sometida. Que personajes relevantes e influyentes y hasta cargos públicos –cuyo sueldo también pagamos entre todos, por cierto– señalen a un ciudadano particular porque ha expresado con mayor o mejor fortuna u oportunidad una opinión es algo que ocurre en regímenes dictatoriales: el poder sólo fiscaliza al pueblo en las dictaduras, ya sean fascistas, comunistas o mediopensionistas.
Por otro lado, conviene incidir en los "argumentos" de esta pandilla de nazis que insultan, amenazan, boicotean y persiguen por el sacrosanto derecho a que una enfermera les atienda en su lengua, pero le niegan a los niños ser educados en la suya. "Está demostrado que el hecho de atender a una persona en su lengua comporta beneficios para su salud", ha acudido presto al linchamiento el Colegio Oficial de Enfermeras de Barcelona, pues bastante más demostrado están los de ser escolarizado en la lengua materna y por ese no habéis movido un meñique, arpías.
Hablemos claro: no existe tal derecho, por supuesto un paciente o un ciudadano tienen que ser atendidos en una lengua que entiendan, saber qué les está pasando y qué tratamiento se les receta, pero los guetos lingüísticos que se han creado en tantas regiones de España no son un derecho, son una imposición organizada, promovida y jaleada por fascistas del idioma que en lo último que piensan es en la salud de los pacientes, la educación de los niños o, por supuesto, la paz y la prosperidad del país.
Están consiguiendo, han conseguido ya, que esa pureza lingüística se sitúe en el podio de las ideas nefastas, junto a cosas como clase o raza. Y ahí siguen, tan felices y sintiéndose la crema de la civilización y la democracia. ¡Qué asco!