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El feminismo y la religión multicultural

Europa ha cambiado de religión oficial, pero la actitud devota de la mayoría no se ha alterado con la llegada de los nuevos credos.

Europa ha cambiado de religión oficial, pero la actitud devota de la mayoría no se ha alterado con la llegada de los nuevos credos.
Manifestación feminista del ocho de marzo en Madrid. | C.Jordá

Uno de los grandes autoengaños del tiempo presente es esa creencia infundada a cuenta de que vivimos en sociedades que han dejado de ser religiosas. Con las religiones pasa que cuando salen por la puerta es para volver a entrar por la ventana. Así, el muy laicista Occidente sigue siendo hoy tan devotamente religioso como lo había sido durante los siglos previos a la irrupción en escena de la modernidad. Porque del hecho cierto de que el cristianismo ande en abierta retirada no cabe inferir que Europa haya abandonado la fe. Simplemente, ha cambiado de religión oficial, pero la actitud devota de la mayoría no se ha alterado con la llegada de los nuevos credos.

Una de esas nuevas religiones laicas es el multiculturalismo, doctrina de obligado cumplimiento para cualquiera que aspire a la respetabilidad civil en estos tiempos. Y de ahí que el grueso del movimiento feminista comulgue con sus dogmas universales. Acabo de realizar un viaje breve a Barcelona por motivos médicos. Fue en su día mi ciudad, si bien ahora la observo con la mirada distante del turista ajeno a los códigos y leyes no escritas que regulan la convivencia en todas las comunidades humanas organizadas. De ahí que haya reparado en algo que acaso me hubiera pasado inadvertido si todavía viviese allí.

Ese algo que me ha llamado tanto la atención son las muchas parejas callejeras en las que el varón camina un par de pasos por delante de la mujer, lo que le obliga a avanzar con la cabeza levemente girada hacia atrás para dirigirse a ella, que a su vez no realiza jamás el mínimo esfuerzo que le supondría dar una simple zancada a fin de colocarse a la misma altura que su interlocutor masculino. No es una imagen marginal esta que describo. En los últimos quince días, he visto muchas estampas idénticas en pleno Ensanche, el corazón mismo de Barcelona. Y sospecho que no hace falta que ofrezca información adicional sobre el origen geográfico y nacional de quienes las protagonizan. Eso, decía, pasa en la calle, a plena luz del día. Pero la izquierda feminista y biempensante no lo ve. Ellas —y ellos— prefieren hablar únicamente de sillas en consejos de administración. Son gente de fe.

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