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Luis Herrero Goldáraz

Catastrofismo 'a posteriori'

No hay oficio más fácil que el de vidente, sobre todo cuando se es vidente 'a posteriori'.

No hay oficio más fácil que el de vidente, sobre todo cuando se es vidente 'a posteriori'.
Efe

No hay oficio más fácil que el de vidente, sobre todo cuando se es vidente a posteriori. Esto lo digo porque llega un momento en la vida en el que todos comenzamos a serlo un poco sin querer. Ya saben, esas fronteras vitales que se cruzan y que llevan a terrenos que ya se habían visto antes, como premoniciones que llegan con retraso porque llevan pasando tanto tiempo que ahora aparecen hasta sin motivación. A mí me gusta dármelas de vidente a posteriori en los momentos más absurdos. Una vez dejé una cita a medias porque pasando por delante de la ventana de un bar vi que el Madrid iba perdiendo y yo tenía que quedarme para verlo remontar. En la vida también hay decisiones —como tomar el café sin azúcar, o aprovechar para hacer pis en el Museo de Fernando Alonso cada vez que se pasa medio cerca de allí—, que aunque nacieran de un arranque arbitrario hace siglos es necesario mantener sin traicionar.

Las peores premoniciones del pasado suelen venir adornadas con grandes titulares de prensa y acompañadas de reportajes históricos enlazados, como quien pretende jurar que lo que cuenta va en serio y una vez fue verdad. Tampoco hay que ser un lince ibérico para leer en el periódico que ha colapsado un banco en Estados Unidos y pedir una palangana donde poner a remojar las barbas que llevan dejándose crecer desde el año 2008. La memoria es selectiva, pero existen elefantes demasiado grandes y habitaciones lo bastante estrechas como para no poderlos obviar. A mí me interesa sin embargo la otra cara de la baraja de cartas esa que utilizan las pitonisas televisivas para leerle el futuro a quien las quiera llamar. Me refiero a la cara de los futuros anunciados que, teniéndolo todo de cara para cumplirse y pasar, terminan de pronto por decepcionar. Que nosotros sepamos —los ignorantes de la economía, con sus hileras de fichas de dominó—, la economía mundial puede tanto venirse abajo como no hacerlo. Pero si algo tiene el ser vidente a posteriori es que genera una atracción casi irrefrenable por comprar conclusiones absolutas a partir de coincidencias meramente llamativas.

A eso hay que añadirle que existe otra atracción macabra e indescifrable por el catastrofismo. Tanto que uno ya lo ve como si el mal fario fuesen las verduras del plato combinado que es la vida y la gente prefiriese comérselas cuanto antes, por ir adelantando el funeral. Aunque a día de hoy es una cosa bastante entendible, quién lo va a negar. Llevamos unos añitos como para no ponerse en lo peor. De hecho, lo más intrigante en realidad es que todavía no haya aparecido ningún redactor avispado para sustituir el adjetivo de la expresión "tormenta perfecta" por otro que sugiera que la única más perfecta de la que tenemos constancia fue la que terminó con los dinosaurios. Pese a todo, yo, que no sé si soy más cobarde o más tonto, todavía tengo la esperanza de que esto no sea como la futurología a posteriori dicta ya que va a ser. Al fin y al cabo, a mí el Madrid me jodió una cita una vez y ni siquiera fue capaz de remontar.

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