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Luis Herrero Goldáraz

¿Por qué no te extingues?

No he visto a ningún augur del cataclismo cósmico llevar sus teorías a la práctica y sacrificarse para que este infierno sea menos infernal.

No he visto a ningún augur del cataclismo cósmico llevar sus teorías a la práctica y sacrificarse para que este infierno sea menos infernal.
The Last of Us. | Archivo

En términos generales, es muy fácil extinguir la raza humana. Desearlo, digo. No hace falta enumerar la cantidad de distopías de ciencia-ficción que pululan por pantallas y panfletos para darse cuenta. Hacerlo, además, parece tener innumerables ventajas. Uno se despierta un lunes con el pie izquierdo, por ejemplo, se imagina fuertemente un mundo sin diestros, o sin ciclistas, sin opinólogos televisivos, sin cuñados, sin zurdos, o sin dentistas, y de pronto, como sin buscarlo demasiado, descubre que la vida sería indudablemente mejor así. Casi nadie se pregunta cómo sería la vida si en lugar de extinguir a los demás se extinguiese uno mismo. Probablemente mejor también, pero no tan atractiva.

Esto es muy normal y además es hasta sano. Yo me he descubierto muchos domingos deseando que familiares y amigos regresen sin despedirse al útero materno y dejen de quebrantar mi frágil paz. Que desanden el camino de la vida y se adentren en la nada menos trágica, que es la nada que no es nada porque está llamada a ser, y no esa nada que no es nada porque fue. Nos ocurre a todos, como digo. Un día nos despertamos desordenados y pensamos que la culpa de nuestro caos no es nuestra sino del caos mismo, es decir, de cualquiera que se asome por allí. Algunos domingos sólo sirven para que entendamos a los genocidas. Y poco más.

La cosa es peligrosa porque anima a llevar la paranoia más allá. Es entonces cuando eso que nació de la íntima inocencia se convierte en algo turbio e intrigante. Algo plomizo, intenso y recargado. De la clase de paridas adolescentes que solemos tener la necesidad de compartir porque creemos que son profundas cuando en realidad son paja. Suele pasar porque nos gusta confundirnos. No comprendemos que nuestras ansias asesinas son un mero arranque de comodidad instintiva. Algo que deseamos ahora de la misma forma en que hace años deseábamos que el Burger King llegase a casa igual que Telepizza. Por aquello de vivir mejor, aunque nos asuste reconocerlo. En vez de eso nos justificamos y decimos cosas como que tenemos que salvar el planeta. Es curioso: en los últimos años he escuchado a más gente de la que me gustaría echarle la culpa a los humanos, así, a bulto, de ser el cáncer del universo; pero no he visto a ninguno de esos augures del cataclismo cósmico llevar sus teorías a la práctica y sacrificarse los primeros para que este infierno sea menos infernal. Y sostenible. El infierno, debe ser, está en los otros únicamente.

La última en sumarse al llanto ha sido una escritora que ha acudido a la SER para hablar de su libro. En la entrevista dice cosas como que de niña fantaseaba con ser la única persona de la tierra y que le gustaba la sensación de la naturaleza virgen, "el encanto de la naturaleza antes de ser corrompida por el hombre". Como una existencia sin gente no tendría humanos que comprasen libros, se ha contentado con crear un mundo imaginario sin varones. Algo así como un edén de sororidad en el que la violencia habría sido erradicada y el mayor de los problemas estaría en la memoria, por aquello de que los padres y los hermanos pueden ser unos hijos de puta, desde luego, pero son nuestros hijos de puta y se los acaba echando de menos, a los cabrones. Por lo que yo sé, las fantasías mentirosas de los hombres que imaginan mundos sin mujeres se reducen a memes acerca de lo genial que sería la vida sin cuchilladas por la espalda, chismorreos, cabreos arbitrarios y "tú sabrás" asesinos que lo dejan a uno pensando en si se habrá olvidado de sacar la basura o si alguna cosa que hizo en los últimos cinco años pudo provocar la invasión de Ucrania.

Para fantasear con la extinción del otro ellas escriben sesudas elucubraciones y ellos se cuentan chistes. Ese podría ser un mal resumen. Pero qué resumen no lo es, al fin y al cabo.

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