
Tras la visita de nuestro Pedro Sánchez, ha llegado a Pekín Emmanuel Macron. En breve lo harán Ursula von der Leyen y luego Josep Borrel, con idea de que China ayude a lograr la paz en Ucrania. No está de más recordar la visión que el gigante asiático tiene del orden internacional para mejor comprender su visión de la invasión del país eslavo.
Este orden es hijo de la Paz de Westfalia (1648), que puso fin a la Guerra de los Treinta Años. Los negociadores pensaron que tanta desgracia había llegado a consecuencia de arrogarse unos la facultad de imponer una determinada religión a otros. Se consagró entonces el derecho de cada príncipe a escoger para él y para sus súbditos la religión que quisiera sin injerencias de nadie. El principio se extendió a todos los asuntos internos y, aunque no siempre se ha respetado, se sigue considerando más o menos vigente. Durante la época del imperialismo colonial, el principio no se aplicó a las naciones que las potencias europeas colonizaron de uno u otro modo. Una de las perjudicadas fue China, que soportó el siglo de humillación durante el que estuvo sometida a Occidente. A partir de ahí, la política exterior china ha estado dirigida a impedir que nadie condicionara lo que ocurría dentro de ella. Cuando en la URSS se consagró la doctrina Breznev por la que Moscú se arrogó el privilegio de intervenir militarmente en cualquier país comunista sospechoso de apartarse de la ortodoxia marxista-leninista (Checoslovaquia en 1968), Pekín se abrió a Occidente (1971) para prevenir cualquier intervención soviética. Luego, China se integró en la comunidad de naciones, adoptó la economía capitalista a partir de 1991 e ingresó en la Organización Mundial del Comercio en 2001, convirtiéndose en paladín del principio de no injerencia. No le diría a nadie qué tenía que hacer a cambio de que los demás no se metieran en sus asuntos.
Sin embargo, en Occidente, desde que Rusia perdió la Guerra Fría, creemos con razón o sin ella que tenemos derecho a intervenir militarmente por razones humanitarias, al menos cuando podemos hacerlo con impunidad, como en la antigua Yugoslavia. Pekín considera esto una violación del derecho internacional. Es verdad que Occidente no tiene fuerza suficiente para proteger a los uigures o a cualquier otro grupo al que Pekín prive de sus derechos humanos, pero teóricamente tenemos derecho a hacerlo. No hay cosa que inflame más a los comunistas chinos.
En consecuencia, consideran que la invasión de Ucrania es tan censurable como la intervención de Estados Unidos en Irak en 2003 y ambas constituyen precedentes muy peligrosos. Distinto es su derecho a recuperar Taiwán, pues la isla es reconocida por la comunidad internacional como parte integrante de China y Occidente tan sólo exige que la reunificación se haga pacíficamente, algo que Pekín considera que es una exigencia sin base en el derecho internacional.
De todo esto resulta que China podría estar dispuesta a exigir de Moscú el retorno a las fronteras ucranianas de febrero de 2022 e incluso a las de 2014 si hay un compromiso occidental serio de volver al principio de no injerencia, que Rusia ha violado flagrantemente, permitiéndose que China hiciera dentro de su territorio, incluida Taiwán, lo que le plazca. A cambio, ella no se meterá en lo que hagan los demás y se opondrá a cualquier injerencia, incluidas las perpetradas por Moscú. Mientras no se acepte este planteamiento, entenderán que, si a ella no se le permite disfrutar por completo del principio de no injerencia, no tiene por qué castigar a quienes como Rusia lo violan. Así están las cosas.