La verdad es que el líder de Vox, Santiago Abascal, no ha podido estar más acertado al comparar al nuevo presidente colombiano, Gustavo Petro, con el dirigente proetarra Arnaldo Otegi: militante también de una organización terrorista, como siempre fue el movimiento guerrillero M-19 —responsable, entre otros crímenes, del asalto al Palacio de Justicia donde fueron asesinados casi 101 personas—, Petro es un dirigente de extrema izquierda, principal valedor de los regímenes comunistas de Cuba y Venezuela, así como un defensor del golpe de estado perpetrado por los separatistas en Cataluña. Para colmo, y a diferencia de Otegi, Petro tiene lazos familiares con el narcotráfico por el que están siendo investigados su hijo Nicolas y su hermano Juan Fernando, así como por apropiarse supuestamente de dinero de empresarios.
Que España rinda máximos honores a un mandatario de este pésimo y radical perfil político –con sesión conjunta del Congreso y el Senado, entrega de la medalla Isabel la Católica, entrega de la Llave de Oro de la Villa de Madrid y cena de gala en el Palacio Real—, ilustra el grado de deterioro de nuestra diplomacia y las "amistades peligrosas" que está tejiendo nuestra tercermundista política de Asuntos Exteriores. Más aun, cuando escasas horas antes de emprender su visita a Madrid, Petro volvía a agitar la leyenda negra contra nuestro país, al que acusaba de haber impuesto un "yugo" y un "régimen esclavista" en Colombia. Eso, por no recordar muchas otras declaraciones suyas contra nuestro país como aquella de 2017 en las que consideraba que el 12 de Octubre, Día de la Hispanidad, "se conmemora una invasión, un genocidio, una conquista, un saqueo".
Que Petro se haya negado a vestir el protocolario frac por considerarlo "antidemocrático" en la Cena de Gala que inmerecidamente le han brindado los Reyes, no debe extrañar a nadie pues, a día de hoy, debe seguir considerando que la "vestimenta democrática" es la del uniforme de guerrillero con el que sus compañeros del M-19 o de las Farc asesinaron a miles de sus compatriotas.
En cualquier caso, España se humilla rindiendo honores a dirigentes como Petro, tal y como sucedió cuando el Senado español concedió su Medalla de Oro al dictador Fidel Castro o cuando la Universidad Complutense de Madrid hizo doctor honoris causa al dictador de la Alemania comunista Erich Honecker. Aunque Petro haya llegado al poder de forma democrática, apoyada por formaciones más moderadas de las que ya se está distanciando, su figura representa las antípodas de la democracia liberal, de la libertad económica y del progreso que necesita la Americana Hispana, en general, y Colombia, muy en particular, para salir de un letargo en el que está sumida, no por ningún yugo español, sino por la propia incompetencia, autoritarismo y aversión a la libertad política y económica de sus propios dirigentes.
Mostrar entusiasmo ante lo repugnante no es síntoma ni de ponderación ni de diplomacia. Aunque Vox haya salvado la dignidad del Parlamento español abandonándolo como señal de protesta, resulta especialmente lamentable que el PP de Feijóo lo haya estado aplaudiendo en pie como lo ha estado haciendo el PSOE, Podemos y unas formaciones nacionalistas y separatistas que denigran a España tanto o más que el indeseable mandatario colombiano.