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A la sombra

Muy propio de este Gobierno: no puedes trabajar al sol, porque te puedes morir, pero sí puedes votar, porque el voto es vida.

Muy propio de este Gobierno: no puedes trabajar al sol, porque te puedes morir, pero sí puedes votar, porque el voto es vida.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

He estado un par de días firmando mi nuevo Rosas de papel en la Feria del Libro de Madrid y, como es tradición, el bochorno de la caseta rompió en diluvio, después de tronar tres o cuatro veces, como si el cielo estuviera carraspeando antes de tomar la palabra. Con los ejemplares del libro salpicados de gotas, la tinta corrida de las firmas urgentes, la gente corriendo en cualquier dirección, con esa manera tan extraña con que el madrileño recibe la lluvia, como si fuera ácido sulfúrico y no agua, la tromba literaria nos alivió de los rigores de temperatura previos a la tormenta, que son siempre los más pegajosos y asfixiantes, marque lo que marque el reloj. Antes de la cortina de agua, yo estaba tan acalorado en la caseta como si fuera 23 de julio.

Pensaba entonces que, si a nosotros la chubascada nos alegraba la tarde, al tiempo que dispersaba a los incautos que venían a hacerse con la novela, es porque el calor es ciertamente un argumento. Modifica el estado de ánimo, los planes, cambia las prioridades, exacerba los nervios, y en muchos casos pone en peligro la salud.

Nos manda Sánchez a votar a pleno sol en el día más caluroso del año, mientras su ministra de Trabajo intenta promover que los trabajadores no se expongan al rigor solar durante los días de riesgo. Muy propio de este Gobierno: no puedes trabajar, porque te puedes morir, pero sí puedes votar, porque el voto es vida, en concreto, una vida, de hecho, la vida padre, la nuestra.

Ante la imposibilidad de contratar negros nubarrones –perdón, nubarrones de color— para el 23 de julio, haría bien la oposición en forzar un plan institucional para facilitar el voto en un día en que votar presencialmente será casi imposible para muchas personas. Conociendo el calibre ético de Sánchez, no sé si es prudente promover el voto masivo por correo, más aún cuando el pasado domingo, como presidente de una mesa electoral, pude comprobar hasta qué punto, en la práctica, la limpieza del proceso depende casi exclusivamente de la integridad moral del tipo al que le ha tocado en suerte –en mala suerte— ser la mano inocente de la puñetera fiesta de la democracia. Por suerte, estoy en condiciones de garantizar que llegas a la hora del recuento tan hasta las pelotas de las elecciones, la política, los políticos, y la vida en general, que lo último en que piensas es en amañar el conteo. Mis únicos pensamientos después de ocho millones de horas de un domingo de resaca sentado en una silla viendo votos pasar, la verdad, eran loas a la dictadura, o a la monarquía, o al gobierno hereditario de un sanedrín de viejos sabios de la mismísima Grecia clásica; todo menos otras elecciones en esa triste mesa.

Ante la próxima cita, quizá lo adecuado sea buscar la manera de que todo el mundo pueda ir a votar el 23 de julio, incluidos los ancianos y enfermos, incluidos los que están de vacaciones, incluidos los que se aplatanan a dormir la resaca en esas siestas interminables de julio, e incluidos los que por fin han encontrado la posibilidad de irse a pasar un día entero a la playa. No solo que puedan ir, sino que quieran ir.

Mi previsión era que, en unos meses, no recordaremos a Sánchez por nada. Pero me equivoqué: recordaremos a Sánchez por su última gran gesta, estropearnos las vacaciones, después de haber estado molestándonos cuatro años día tras día. No sé cómo puede siquiera pensar en presentarse alguien que odia y desprecia tanto a sus propios seguidores.

Hace algunos años propondría que los bomberos regasen a los votantes como hacen con el público en los festivales, que fuera obligatorio el aire acondicionado en los colegios electorales, o que las urnas sean flotantes y estén instaladas en piscinas públicas. Pero como vivimos en la era de esa cosa de la viralidad, lo que me pide el cuerpo es otro tipo de campaña protesta, que sin duda será mucho más eficaz en las redes sociales: que todos vayamos a votar en traje de baño y con un cocodrilo hinchable bajo el brazo. (Al chino de la calle de atrás le gusta esta idea).

Tal vez sea todo como una inmensa alegoría. En los últimos estertores de ese movimiento inexistente llamado sanchismo, e integrado por una única persona, quizá debamos votar a pleno sol para ponerlo a él de una vez a la sombra.

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