Ciudadanos, el partido fundado para defender que en España seamos libres e iguales, a despecho de conservadores, socialistas y, sobre todo, nacionalistas, ha muerto. Aunque su lema es "Radicalmente libres", lo cierto es que ahora están más bien radicalmente putrefactos. Como los boxeadores sonados que todavía se mantienen en pie a pesar de estar ciegos, sordos y mudos de facto, solo esperaba el partido que fue liderado por Albert Rivera e Inés Arrimadas que un alma caritativa tirase la toalla de la rendición y el abandono.
Gran parte de sus cuadros con cargos institucionales se han pasado al PP, la casa común del centro derecha español. Alguno ha vuelto a rondar al PSOE, el aglutinador del centro izquierda. Y, de nuevo, el votante liberal (que no es de derechas ni de izquierdas sino de arriba, véase el Test de Nolan) está ayuno de una clara opción electoral por la que decantarse. Salvo en la Comunidad de Madrid, donde Isabel Díaz Ayuso sí que responde al perfil liberal, en el resto de España el partido de Feijóo, Rajoy y Moreno Bonilla tiene unos planteamientos ideológicos de centro demócrata-cristiano alejados del paradigma liberal. Como muestra de sus últimos años en el gobierno podemos mencionar paradigmáticamente la subida de impuestos de Montoro y, en general, una legislación fiscal que hizo palidecer de envidia a los peronistas argentinos y los bolivarianos venezolanos. Nos salvo en última instancia el Tribunal de la UE, que puso en su sitio a la Agencia Tributaria recordando al Leviatán de Hacienda un concepto liberal denominado "libre circulación de capitales", acusando a Montoro de imponer restricciones desproporcionadas. Claro que para restricciones desproporcionadas las de Feijóo en Galicia durante la pandemia covid, a cuyo lado incluso el liberticida inconstitucional Sánchez parecía un émulo de Ayn Rand.
Pero, obviamente, la situación en España —con el Partido Sanchista Obsoleto Espantajo aliado de comunistas, podemitas, los herederos de ETA y los conspiradores del futuro golpe de Estado— obliga a maximizar la eficiencia del voto. Siempre un voto es útil, incluso el voto nulo o abstencionista, porque expresa una opinión sobre el sistema político y tiene relevancia práctica, aunque solo sea respecto a la conciencia del votante, último reducto de la autonomía ideológica y la responsabilidad individual. Pero ante una situación de emergencia es necesario, como decía, maximizar dicha utilidad en una dirección mayoritaria. Si hubiese un partido centrado en Smith, Hayek, Ortega y Tocqueville con opción de alcanzar entre diez o quince diputados, no habría lugar a la duda. Pero ante la orfandad electoral el votante liberal se debería decantar mayoritariamente por la opción menos mala que, en este caso, representa Feijóo.
Mientras, otearemos la resurrección de ese Ave Fénix que es un partido liberal capaz de defender con contundencia tanto el liberalismo económico, para horror de socialistas, como el liberalismo cívico y social, para escándalo de conservadores. Dado que creo que las denominaciones "Partido Liberal" y "Partido por la Libertad" ya están registradas, sugiero "Liberales 78" para dejar claro un planteamiento ideológico que no lleve a confusión y como homenaje al régimen constitucional que disfrutamos y que representa, a pesar de los asaltos de los hunos y los hotros, un buen sistema liberal que hemos de ensanchar, asentar y profundizar. Un partido que no pretenda crecer más allá de su nicho ideológico, es decir entre el diez y el quince por ciento, y cuyo objetivo no sea ganar las elecciones para alcanzar el gobierno, sino ser influyente para, de esta forma, ejercer el poder y llevar a cabo una agenda a favor de los derechos fundamentales, la sociedad abierta y los mercados libres, limitando el poder en todos sus manifestaciones espurias, del Estado a las empresas pasando por las instituciones civiles con vocación de monopolios culturales. Con una agenda política, social y económica que los conservadores tildarían de luciferina, los socialistas tacharían de luciférica, los comunistas acusarían de satánica y los anarco-capitalistas denunciarían como demoníaca. Pero es que ser radicalmente libre tiene un precio que un partido orgullosamente liberal debería estar dispuesto a pagar: ser el tábano en el muladar de lo políticamente correcto.