
Twitter es lo más parecido que existe a entrar a las tres de la madrugada de un sábado en una taberna llena de borrachos vociferando. Y las campañas electorales cada vez son más como Twitter. De ahí que los llamados asesores de comunicación insistan tanto a sus clientes de los partidos en la necesidad estratégica de "imponer el marco". Porque quien logre que su particular tema favorito de conversación —a eso se refieren cuando dicen "marco"— se convierta en la cuestión en torno a la cual gire la reyerta, ya tendrá ganada la mitad de la partida. El asunto resulta tan simple —y tan difícil a la vez— como persuadir al resto para que se discuta solo sobre lo que a mí me interesa, no sobre lo que les interesa a ellos.
En las pasadas municipales, por ejemplo, el Partido Popular decidió que el tema de la conversación pública para conseguir hacerse con los ayuntamientos de Cádiz, Badajoz o Melilla debía centrarse de modo prioritario en Bildu. Y lo consiguió. Durante quince días, sólo se habló de Bildu. Ahora, y cara al 23-J, tres marcos distintos y distantes se disputan alcanzar el monopolio de la agenda pública. El marco que interesa a los partidos de la coalición de gobierno es el económico. Y de ahí el protagonismo estelar de Nadia Calviño, que ni siquiera milita en el PSOE, en el activismo propagandístico. El objetivo obvio es que la derecha y sus medios embistan a ese capote.
Por su parte, el marco óptimo del PP sigue pasando por Bildu, Cataluña y los okupas. Si funcionó en las municipales, no hay razón para suponer que no lo fuera a hacer en unas generales. A Vox, en cambio, el marco que más le conviene remite a las guerras culturales. Porque, una vez fijado ese terreno de confrontación, ellos consiguen que su competidor directo se confunda con el paisaje, como si el PP se tratara de una sigla más del bloque de la izquierda. Y lo asombroso es que el PP acaba de picar el anzuelo. Cuanto más se siga hablando del feminismo en Extremadura, mejor lo tendrá Vox el 23 de julio.
