
–Mamá, me voy a amputar una pierna porque me autopercibo cojo atrapado en el cuerpo de un bípedo.
–¡Vamos corriendo al psiquiatra!
–Mamá, me voy a arrancar la lengua porque me autopercibo mudo atrapado en el cuerpo de un hablante.
–¡Vamos corriendo al psiquiatra!
–Mamá, me voy a sacar los ojos porque me autopercibo ciego atrapado en el cuerpo de un vidente.
–¡Vamos corriendo al psiquiatra!
–Mamá, me voy a sacar un ojo y ponerme una pata de palo porque me autopercibo pirata atrapado en el cuerpo de un estudiante.
–¡Vamos corriendo al psiquiatra!
–Mamá, me voy a cortar los huevos porque me autopercibo mujer atrapada en el cuerpo de un hombre.
–¡Claro que sí, cariño! ¡Qué alegría me das! ¡Qué magnífico testimonio contra la heteropatriarcalidad cristiano-capitalista!
¿Por qué esta incoherencia? ¿No se tratan todos estos casos de graves alteraciones mentales que conducen a agresiones irreversibles al cuerpo humano? Quienes han pasado por la experiencia, ya sea como protagonistas o como familiares, saben del calvario que ello implica. Aunque sólo fuera por eso, la prudencia debería ser llevada al extremo en vez de la frivolidad con la que hoy se tratan estas cuestiones porque así lo impone la sacrosanta ideología de género. Todos los profesionales de las distintas especialidades médicas involucradas conocen las tremendas cifras de suicidios de personas que han pasado por un proceso de cambio de sexo. Porque no resulta difícil comprender que no aceptar a la persona que se nos aparece en el espejo parece un motivo poderoso para plantearse acabar con ella. Sin embargo, estas cifras no suelen abrir los telediarios, y si alguna vez se mencionan en los medios de comunicación es para culpar a la sociedad de las muertes de esas atormentadas personas por seguir oprimiéndolas después de su paso por el quirófano. Y tampoco salen los numerosos testimonios de transexuales arrepentidos que, tras haberse dañado gravemente su salud, ya no tienen vuelta atrás.
La moda de la transexualidad es el aspecto más extremo, y lamentablemente más cruento, de esa dictadura posmoderna representada en la sigla LGTBetc. Sí, dictadura, porque pretende representar a todos los homosexuales aunque muchos se mantengan al margen e incluso lo condenen; porque amordaza las voces discordantes; porque impone sus muy discutibles opiniones como si fueran hechos indiscutibles; porque adoctrina y deprava a todo el mundo desde la más tierna edad; porque se trata de un grupo de presión mundial homenajeado en todo tipo de instituciones; porque su bandera ondea, como si de un Estado se tratara, en edificios oficiales desde la ONU hasta el último ayuntamiento; porque para sus actividades, incluidas las más desquiciadas, se despliega alfombra roja en calles, escuelas, universidades y parlamentos; porque su representación está muy inflada en cine, prensa y televisión; porque lo que eran cosas de minorías y de la más íntima esfera privada ahora es un negocio inmenso para sus hipersubvencionados promotores y asunto central de la política en todo el mundo; y porque a pesar de todos estos privilegios y muchos más, todavía siguen denunciando su discriminación para así conseguir mayor poder.
El llamado progresismo llena hoy las urnas prendiendo y avivando todo tipo de enfrentamientos: izquierda contra derecha, nietos de nacionales contra nietos de republicanos, afroasiáticos contra europeos, negros contra blancos, cristianos contra musulmanes, creyentes contra ateos, regiones contra la nación, hablantes de una lengua contra hablantes de la otra, hombres contra mujeres, heterosexuales contra homosexuales… y el último que faltaba era el enfrentamiento de cada uno con su propia naturaleza.
Lo que oculta y a la vez demuestra todo esto es un odio profundo a lo humano, y de ello nada bueno puede surgir. El infierno está vacío. Todos los demonios están aquí.