Si Yolanda Díaz y sus 35 pigmeos anticapitalistas fueran unos vulgares socialdemócratas tibios y descafeinados, gente tan inofensiva para el capital y orden establecido como pongamos por caso Nadia Calviño, no habría demasiado que criticar, al menos desde el punto de vista de la coherencia, a esa iniciativa tan vistosa, la de los 20.000 euros al llegar a la edad adulta, que parece que ahora van a ser los 23 y no los 18. A fin de cuentas, la de la herencia universal, aunque suene muy nueva, es una propuesta antigua, tanto que se remonta a los inicios mismos de la independencia de los Estados Unidos, cuando la expuso uno de los padres fundadores, Thomas Payne.
Pero hubo que esperar un par de siglos hasta que Piketty la recuperó dándole el formato que acaba de copiar Sumar. Si bien lo que en Yolanda Díaz se limita a una simple frivolidad demagógica con exclusivos fines oportunistas y electorales, en Piketty, alguien bastante más serio que sus imitadores hispanos, remite a un proyecto en teoría eficaz a fin de mitigar algo las desigualdades sociales de origen. Entregar 20.000 euros a un chaval para que "emprenda" supondría, en el mejor de los casos, una broma; y en el más probable, una manera obscena e idiota de tirar el dinero público a la basura. Por eso Piketty propone una dotación universal de 120.000 euros, 6 veces más.
Con 120.000 euros puedes comprar, qué sé yo, una licencia de taxi; con 20.000, en cambio, lo único que se puede comprar es el voto de algún inmaduro estructural. Pero es que Sumar va de farol y pone una cifra muy bajita para que cuele. La izquierda radical de antes, por lo menos, era consecuente, de ahí que defendiera suprimir la herencia, no extenderla al conjunto de la población, incluida la del sur del Mediterráneo y el África Subsahariana. ¿O tal vez Sumar tiene previsto discriminar a los inmigrantes extranjeros que corran a cruzar el Estrecho con la esperanza de "heredar"? Alguien se lo debería preguntar, por cierto.