
Andan los zurdos, como él los llama, revolucionados con la victoria de Javier Milei en las PASO argentinas. Leer las secciones de internacional de la mayor parte de los periódicos españoles es una cosa a mitad de camino entre el Apocalipsis y el TBO y, de seguir así, se nos va a agotar la palabra ultra.
Por cierto, yo sé que esto es pedir peras al olmo y sonetos al iletrado, pero por favor no me mezclen las cosas: o se es ultraderecha o se es ultraliberal, pero las dos cosas al mismo tiempo no pueden ser. Es más: no son.
Y también: o eres populista y le vendes a la gente soluciones fáciles a los problemas difíciles y que su vida va a ser un camino de rosas subvencionadas; o le dices a tus votantes que lo que hay que hacer es trabajar más y que el Estado te dé menos y les aseguras que quedan décadas para salir del pozo, que es lo que hace Milei. Sí, puede que en las formas sea un poco populista si lo comparamos con los estándares del parlamento de Westminster cuando lo ocupaba gente como Churchill, pero a excepción de su éxito tampoco hablamos de algo tan extraordinario en la Argentina del siglo XXI y, sobre todo, que no es lo mismo ser populista que popular.
En la mejor tradición de la izquierda, como las críticas políticas no están surtiendo un efecto muy allá se pasa a la destrucción personal, y en eso los periodistas españoles colaboran entusiasmados: lo más flojo que se puede leer estos días por acá es que está loco y de ahí para arriba, incluyendo las sugerencias más escabrosas que se les ocurran sobre los temas más estrictamente personales. El caso es que Milei y sus excentricidades –que las tiene, sería ridículo negarlo– puede que sean una novedad para periodistas o incluso políticos españoles que en esto, como en la mayor parte de las cosas, no se enteran, pero no lo son en Argentina, donde lleva ya una década de presencia mediática y varios años de aventura política. Es decir, que nos podemos escandalizar mucho con las chorradas que publica la prensa como si descubriese el Grial, pero en Argentina se las saben todas de hace tiempo y aun así le han votado.
Pero lo más enternecedor de todo es la alarma por lo que las ideas de Milei pueden causar en su país de ponerse práctica. Ahí tienen al pobre Monedero, angustiado: "Esta gente destrozará Argentina en apenas dos años si gana", dice el andoba. Coño, Juan Carlos, ¿todavía no te has enterado de que Argentina ya está destrozada?
Porque esa es la cuestión principal, no sí Milei habla o no con su perro muerto: que si alguien como él, con sus excentricidades, sin apoyos de verdad en los medios y con unas propuestas que van en contra de la gran mayoría de los consensos políticos y periodísticos –valga la redundancia– consigue el 30% de los votos es porque el país que lo vota está destrozado, económicamente, claro, pero también políticamente y, si me apuran, moralmente.
Milei es la tabla de salvación afortunada de una Argentina que, como me decía Jorge Fernández Díaz, "ha tocado fondo" arrasada por décadas de peronismo. La situación es tan desesperada, el socialismo tan asfixiante, que ha hecho posible lo que casi siempre es completamente impensable: que una parte importante de la sociedad entienda que la mejor alternativa es el liberalismo, aunque sea mucho menos tentadora que mantenerse en la corriente de la superioridad moral progresista y, por supuesto, de la paguita estatal.
Ojalá que en España no necesitemos llegar tan al fondo.
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