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Luis Herrero Goldáraz

La democracia está desnuda

¿De qué sirve pedir respeto si cada vez hay menos cosas respetables?

¿De qué sirve pedir respeto si cada vez hay menos cosas respetables?
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez durante su intervención en la primera sesión del debate de su investidura este martes en el Congreso. | EFE

Me gusta ver los debates de investidura con un amigo que es filósofo, es decir, que bebe antes de las doce, porque me sirve para aclarar bastantes cosas que de otra forma a mí, bebedor ocasional y pudoroso, se me quedarían enredadas en la lengua. Ayer por la mañana me lo encontré pensativo. Miraba a la avenida a través del culo de una caña y se rascaba la barbilla, como suelen hacer quienes además tienen problemas de vista y tienden a observar el mundo entornando mucho los ojos, como si todo lo mirasen desde dentro. "Durante mucho tiempo", me dijo, "supongo que mientras se es joven, las formas no tienen importancia". Y acto seguido le echó un vistazo al televisor y contempló el espectáculo de un Congreso que, al menos arquitectónicamente, eso pensé yo, lleva más tiempo ahí que nuestra propia democracia.

"Es curioso eso", prosiguió. "Es curioso que las formas le interesen tan poco a quienes no son más que eso, forma sin fondo, porque todavía no han adquirido un mínimo poso de solidez intelectual que los asiente". Yo creí entender por dónde iba y le pregunté por la intervención del día anterior de Óscar Puente, pero él no me hizo caso y se limitó a pedirse otra cerveza. Los filósofos, es decir, la gente que bebe antes de las doce, tienen la incorregible manía de ir aclarándose a medida que hablan consigo mismos, por lo que no son los mejores interlocutores. Lo más que se puede hacer con ellos es soltar carnaza a su alrededor a ver si pican, pues a los filósofos se los pesca igual que se pesca a los tiburones. Y, como con estos últimos, la manera más eficaz de conocerlos es observarlos desde la distancia.

Hablaba mi amigo de una hipótesis tan poco original y tan repetitiva como el tiempo, así que no podía hacer otra cosa que dar vueltas en torno a ella igual que todos los filósofos que como él han existido. La hipótesis versaba acerca de la juventud y el adanismo, de la ignorancia y de la falsa honestidad de aquellos pipiolos analfabetos que creen, ilusos ellos, que las normas del decoro y de la educación, que los gestos aparentemente anquilosados que rigen el desarrollo de cualquier ceremonia mínimamente civilizada, que los ritos y las fórmulas y las concesiones al protocolo, no son más que una manera de mentir fingiendo. "Se empieza perdiendo el respeto parlamentario y se termina como el PSOE de Pedro Sánchez, que por no respetar no respeta ni a las instituciones, ni a nuestra democracia, ni a la separación de poderes, ni a la verdad salida de las urnas, ni a la realidad de España, ni a sus votantes, ni a su propia historia".

Como conozco a mi amigo y además sé que es filósofo, preferí quedarme callado. No me atreví a sugerir si acaso no habría que guardarse más de los adultos, que no son jóvenes pero también son forma y muchos han abandonado el fondo. Si el mal de la decadencia no le llega siempre a quien ha superado su adanismo, en ese momento en el que puede seguir cuestionándolo todo pero sin creer en nada alternativo. Si lo que ocurre con Pedro Sánchez no es tanto que sea un asaltante desde fuera, un revolucionario, sino un producto perfectamente esperable de un sistema que hace tiempo que no es capaz de tomarse en serio, porque no tiene motivos para hacerlo. No me atreví a decírselo pero tampoco hizo falta. Pasados unos minutos, como si me hubiera leído la mente, pidió con otro gesto otra cerveza y me dijo —¿o se dijo a sí mismo?—: "Puede que tengas razón. Tal vez Sánchez no sea más que el dedo que nos señala cada día que nuestra democracia está desnuda". Y se quedó callado y susurró: "¿De qué sirve pedir respeto si cada vez hay menos cosas respetables?". Los filósofos, a diferencia de los tiburones, suelen terminar devorándose a sí mismos.

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