
Entre los libros que tengo que leer inmediatamente, se encuentran el del poeta sevillano Javier Salvago (Nada como la nada) y el del inmenso filósofo Carlos Díaz –que me lo ha enviado generosamente antes de publicarse—, y que titularé aquí como Homiliario. No queda ahí la cosa porque tengo en la mesa otro generoso don, el de José Manuel Cruz sobre el cine de Gonzalo García Pelayo y el del fino y sorprendente escritor Jorge Casesmeiro sobre el Unabomber y la cultura hispánica: una revelación y una sugerencia porque de su Exordio procede el título de este artículo.
Calma, calma. Lo de España y la bomba puede tener varios sentidos. Uno, el más deseado por los inquietos e inquietantes, es el que hace de España una nación a punto de estallar, momento para el que sólo sería preciso activar adecuadamente los detonadores decisivos. En estos días, ayer fue 1 de octubre, aniversario del golpe de estado separatista de 2017 condenado por los tribunales españoles, se está a punto de "amnistiar" a sus perpetradores (borrar políticamente de la memoria legal si bien no olvidar, porque no se puede olvidar lo inolvidable, ni perdonar). Por ello, España puede parecer una bomba, incluso con el peligro de una caja de bombas, y a lo mejor lo es, pero en otro sentido.
Para tranquilizar a los lectores, hay que explicar que, aunque la expresión "bomba de España" o "bomba española" se empleó para significar el estallido de la Guerra Civil y así puede leerse en autores como Stanley G. Payne y otros, también goza de otros significados más reconstituyentes y apreciables. Por ejemplo, la bomba española en la navegación fue muy conocida en siglos anteriores y aparece en los manuales marítimos.
Es más, aunque parezca increíble, los bomberos de Iquique, una localidad del norte de Chile famosa en la izquierda social-comunista por la cantata de la tragedia minera[i] de la escuela de Santa María popularizada por el grupo Quilapayún, cantan en su himno a la "bomba española" (que apaga incendios y no los provoca) porque residentes españoles y sus descendientes tuvieron que ver con la fundación y mantenimiento del Cuerpo de Bomberos.
De hecho se cuenta así: "El 17 de mayo de 1856 se creaba en Valparaíso la llamada ‘Bomba Española’, una compañía de bomberos formada por residentes españoles en esa ciudad chilena. Fue el primer paso de una larga tradición que aún continúa". El himno también es cantado por los Bomberos de la Séptima Bomba España de Valparaíso y la Décima Bomba España de Santiago.
Tomen nota de dos estrofas del himno:
Por las calles vuelve la bomba española
cual fiel guerrero del Cid al volver
en tanto ella rueda se escucha amorosa
la ronca campana que suena al compás…
Y termina:
Cantemos llenos de orgullo
la gloria de ser bomberos
Cantemos llenos de orgullo
la gloria de ser iberos.
Se habla también de la bomba española, la atómica, que Franco impulsó al principio pero que no se consumó. Pero no es de esa bomba, ni de las otras, de las que quiero hablar aquí, sino de la bomba española en ese otro sentido, el de la sorpresa, la novedad, la campanada y la admiración.
Hablo del "bombazo" que ha significado la investidura de Alberto Núñez Feijóo, o sea, de su bomba como descubrimiento político. De natural descreído, y tengo muchos motivos para serlo, me ha parecido ver en él una "bomba", no un artefacto de guerra sino un mecanismo inesperado y eficaz para defenderse del fuego nacional y acabar con su posible tragedia.
España fue una "bomba" salvífica para la civilización democrática cuando pasó de la dictadura franquista a la monarquía constitucional sin más tiros que los de los asesinos de ETA y algunos locos más. Ahora, este gallego puede ser el germen de otro bombazo español, el de revitalizar la reconciliación nacional reduciendo a la mínima expresión a los enemigos de la democracia, a los enemigos de la nación y a los enemigos de la convivencia. Para ello, debería escuchar a muchas personas que no son de la tribu de los políticos, ser consciente de la meta común de la inmensa mayoría y ser capaz de interpretar la realidad histórica de España.
Si no lo hace, puede terminar siendo la guinda de un nuevo espectáculo del bombero torero aunque lo hayan prohibido los que disfrutan prohibiendo todo lo que no les gusta.
[i] Entre 1.000 y 3.000 personas pudieron haber muerto en la represión de la huelga de los obreros del salitre (recordemos que hacía casi un siglo que Chile era independiente, por si acaso) de 1907.