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Puigdemont no bajará del burro

No sería racional esperar racionalidad de un movimiento político en cuya naturaleza profunda anida la irracionalidad.

No sería racional esperar racionalidad de un movimiento político en cuya naturaleza profunda anida la irracionalidad.
El expresidente catalán fugado Carles Puigdemont. | Europa Press

En un Estado de Derecho, verbigracia los que son miembros de pleno derecho de la Unión Europea, que el presidente del Gobierno resulte ser bondadoso o malvado, altruista o egoísta, egocéntrico o desinteresado, despierto u obtuso, que se apellide Sánchez o que responda por Pérez, constituyen todas ellas circunstancias accesorias que nada que afecte al orden profundo de los sistemas políticos nacionales pueden alterar. A esos efectos, que quien dirija la política de un estado ame apasionadamente a su país o que lo considere un mero instrumento para dar satisfacción a sus afanes de poder, que encarne a un patriota o a un vulgar arribista, carece de importancia.

Porque no se trata de lo que Sánchez o Pérez estarían dispuesto a dar a los secesionistas, sino de lo que Sánchez o Pérez podrían dar a los secesionistas. Y Sánchez puede darles un indulto maquillado de amnistía o una amnistía maquillada de indulto. Pero nada más. Así las cosas, lo racional sería que los separatistas catalanes aceptasen ese máximo posible que el aspirante socialista les puede ofrecer. Pero no sería racional esperar racionalidad de un movimiento político en cuya naturaleza profunda anida la irracionalidad como motor último de su proceder a lo largo del tiempo. Porque nunca se puede olvidar que el nacionalismo catalán resulta en esencia romántico y sentimental, lo que significa que, desde su origen mismo, ha estado vacunado siempre contra la lógica en tanto que principio inspirador de la acción.

Companys, que nunca fue separatista, declaró la independencia en el 34 porque no podía soportar que lo considerasen un botifler. Artur Mas, que tampoco ha sido nunca un separatista sincero y convencido, puso en marcha el procés por lo mismo, porque no fue capaz de sobrellevar la presión ambiental. Puigdemont, que sí es separatista pero que está bastante menos loco de lo que le gusta aparentar, hubiera convocado unas elecciones autonómicas en octubre del 17, pero lo desquició que un charnego de Santako enrolado en la Esquerra le llamara traidor y Judas en el último minuto. Y volverá a pasar. Olvidadlo, Puigdemont no bajará del burro.

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