
A día de hoy, representan exactamente el 17,5% del censo electoral correspondiente a las cuatro provincias catalanas. Ese muy raquítico porcentaje de votos, el 17,5% sobre el total de los ciudadanos de la demarcación con derecho al sufragio, fue el que obtuvo en las pasadas elecciones generales de julio la suma de los apoyos en las urnas obtenidos por los tres partidos separatistas, ERC, Junts per Catalunya y la CUP. Cada vez que un independentista sube a la tribuna del Congreso de los Diputados para dirigirse a la Cámara en nombre del pueblo catalán, alguien debería restregarle por la cara esa ridícula vergüenza estadística, su 17,5% de chichinabo.
Y otro tanto procedería hacer, por cierto, con el presidente Sánchez cuando saca la caja de las chocolatinas retóricas para tratar de endulzar la inminente impunidad legal y moral de los sediciosos como si se tratara de una exigencia de la población catalana en su integridad. No existe en Madrid suficiente conciencia de ello, pero los secesionistas con mando en plaza encarnan ahora mismo, y permítaseme la vulgaridad, muy poco más que una mierdecilla en términos estrictamente cuantitativos. Una evidencia empírica de la que, sin embargo, no procede inferir que entre la población local haya disminuido el número de separatistas. Y es que no ha disminuido.
Lo que se constata en la sociedad y en las urnas catalanas es, por el contrario, una creciente desafección —y cada vez más hastiada— por parte de la comunión de los creyentes, esos dos millones de pardillos que se tomaron en serio el procés, frente al renovado politiqueo oportunista de los mismos líderes que los dejaron colgados de la brocha tras la declaración ful de independencia en octubre del 17. Y de ese desencanto colectivo va a nutrirse el nuevo partido separatista que anda preparando la dirección hiperventilada de la ANC. Un remake en el siglo XXI del viejo Estat Català de Badia y Dencàs está a punto de hacer su presentación oficial en Barcelona. Puigdemont ya tiene, sí, a sus propios locos de la colina para hacerle la competencia.
