
Yo, que escribo columnas políticas con la misma distancia brechtiana que interpone un probo funcionario entre el enunciado de cualquier impreso oficial y la rúbrica con la que dotará de validez a su contenido, siempre hago una excepción a ese deliberado desapego cuando, por la razón que sea, se me cuela en el texto el expresidente Zapatero. Y es que Zapatero posee la rara virtud de ponerme nervioso, siempre. Hay algo en él, esa irritante combinación de audacia intelectual e ignorancia supina, todo ello rehogado apelando por norma a lo más empalagoso y kitsch de la retórica sentimental extraída de los manuales baratos de autoayuda, que consigue sacarme de quicio.
Escuchándole el otro día en lo de Alsina, me volvió a ocurrir. Porque al hombre no se le ocurrió nada mejor con tal de vender la burra ciega de la impunidad para Puigdemont y su cuadrilla que meter por medio a Manuel Azaña, quien en 1936 procedió a amnistiar a los reos catalanes de su propia coalición, el Frente Popular, para así cumplir el primer punto del programa electoral, el primero, con el que las izquierdas se habían presentado a aquellos comicios. Solo a Zapatero se le podía ocurrir echar mano de la figura histórica de Azaña, precisamente la de Azaña, para tratar de bendecir ante la opinión de izquierdas las exigencias de los separatistas catalanes, blanqueando de paso su hoja de servicios.
Nunca podremos saber lo que habría escrito don Manuel en sus diarios sobre la figura de un cantamañanas del calibre de Puigdemont, pero, en cambio, sí sabemos todos —todos excepto Zapatero— lo que pensaba el presidente de la Segunda República sobre los nacionalistas catalanes. Porque no es que los despreciara, que también, es que los tenía por la peor escoria política y moral de España. La peor. Azaña, sí, los conocía muy bien. El que no conoce ni a Azaña ni a los separatistas es Zapatero. Alguien, algún alma caritativa, debería entregarle La velada en Benicarló, obra cuya existencia seguro ignora, para que deje de hacer el ridículo con lo de Azaña. Me subleva.
