
Actos como el de este martes son propios de un país que se respeta a sí mismo; que conoce su historia y la asume; que sabe lo importantes que son las instituciones; que es capaz de apreciar que lo moderno, en realidad, es mantener las buenas tradiciones; que no sacrifica a la banal demagogia de unos pocos el valor real y democrático de los símbolos y de honrarlos como se debe, sobre todo, en ocasiones especiales.
Me dirán ustedes, y no podré negarles una parte importante de razón, que la descripción del párrafo anterior no parece muy ajustada para la España actual, pero precisamente por eso me parece tan valioso lo ocurrido de este martes y, por supuesto, nuestra monarquía y las dos personas que la representan y encarnan: el Rey y la princesa de Asturias.
Porque es cierto que una parte importante de este país y, sobre todo, de su clase política, parecen empeñados en reventarlo todo y, desde luego, se comportan como adanes acabados de llegar a una nación que odian hasta tal punto que quieren cambiarla de raíz. No es que deseen que a España no la "vaya a conocer ni la madre que la parió", es que buscan que ya ni siquiera sea España. Pero a pesar de todo, hay una parte no pequeña de esta Nación que sí quiere ser y formar parte de lo que se ha visto este martes: un país serio.
Lo bueno es que esa parte de España es, como mínimo, igual de numerosa que la otra y, encima, bastante superior: qué mejor muestra de ello que la propia Leonor y el propio Felipe VI, dos profesionales como la copa de un pino, a pesar de que ella sólo tiene 18 años recién cumplidos.
Y es que cuando uno ve a nulidades intelectuales como Ione Belarra reclamar una república piensa que no podría haber mejor presidente para ella que un Rey –es más, es que estoy seguro que ganaría las elecciones para ello– que es infinitamente mejor en lo suyo que la propia Belarra y todos sus correligionarios en lo de ellos. Como no me cabe la menor duda de que Leonor es más madura, responsable y comprometida con el bien de la mayoría que toda la purria que este martes se ha creído muy revolucionaria por no estar en el Congreso.
Porque, vamos a ver, que España es un país con una larguísima tradición monárquica es algo que no se puede discutir, que las experiencias republicanas han acabado fatal tampoco hay que ser un lince para saberlo, que el actual modelo de monarquía parlamentaria ha sido ingrediente imprescindible de unas décadas de libertad y paz como no habíamos conocido desde tiempos de Maricastaña es un hecho, así como de una prosperidad que nuestros abuelos no se habrían atrevido a soñar, pero es que además Felipe VI y su hija son una garantía de que durante más de medio siglo tendremos a los mejores profesionales en el puesto más difícil.
Y es que conviene no engañarse: la otra opción sería que en lugar de Felipe VI como rey se hubiese elegido, qué se yo, a Zapatero, Bono o Carmen Calvo de presidentes de la República. Y, qué quieren que les diga, no hay color.
Es la pretensión de algunos, lo sé, pero este martes España se ha demostrado una vez más que puede ser un país que se respeta a sí mismo y, además, que tiene los dos mejores espejos en los que mirarse. No todo está perdido.
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