
Carles Puigdemont, hombre que encarna el supremo paradigma de eso que en catalán se llama un milhomes (un mil hombres), significante que se correspondería en castellano con el término más pertinente a fin de designar a un gran fantasma, acaba de gallear otra vez con la amenaza de promover una moción de censura contra sus socios del Gobierno de España. Lo haría -dice ahora- si Pedro Sánchez no obedeciera a sus exigencias con la debida celeridad. Algo, esos periódicos alardes escénicos de presunta desmesura genital por su parte, que lo único que vienen a certificar es la ausencia de un plan B en el fundamentalismo procesista residual. Y ello por la simple razón de que tales brindis al sol desde Bruselas ya no resultan verosímiles a ojos de nadie, empezando por los de los propios independentistas del interior.
No lo son por razones puramente aritméticas, pero mucho menos todavía por imperativos de orden político. Así, las bravatas de Puigdemont obvian siempre el pequeño escollo numérico de que esa hipotética moción contra natura requeriría para triunfar que los diputados de Vox sumasen sus votos a los de la Esquerra y a los de Junts, todo con el objetivo prioritario de que las reivindicaciones del separatismo catalán tuvieran mejor acomodo en el Palacio de la Moncloa. Y yo, que he visto naves arder más allá de Orión, no imagino sin embargo a Santiago Abascal incurriendo en semejante indignidad. Pero es que el impedimento político resulta mucho más inhabilitante aún.
Porque Puigdemont igual olvida de forma interesada que su gente votó en masa al PSC el 23 de julio. Y lo abandonaron no porque hubieran dejado de ser separatistas, sino porque querían hacer compatible su independentismo con conservar un par de dedos de frente. El procesismo sociológico se escondió debajo de las faldas del PSC solo por miedo a Vox en el Gobierno, única y exclusivamente por eso. Y ahora viene el espectro de Bruselas a anunciarles la buena nueva de que, bien pensado, convendría facilitarle las cosas a Vox. Su palabra vale menos incluso que la de su socio, que ya es decir.
