
Nadie se pase de listo sobrevalorando unas declaraciones de Felipe González acerca de que el PSOE de Sánchez no tiene un proyecto nacional. Esa obviedad al alcance de cualquier junta-letras por ilustrar debe servirnos únicamente para contextualizar la trayectoria de un partido que ha llevado a la ruina democrática a España, naturalmente, con la colaboración, a veces muy interesada, del PP. Ni en tiempos del propio Felipe ni de Zapatero tuvo la dirección del PSOE un proyecto nacional claro y distinto que ofrecer a los españoles, primero, porque permitió la existencia de otro partido socialista en Cataluña. Digo bien: el Partido Socialista de Cataluña (PSC) es un partido muy diferente al PSOE. El PSC nunca consideró que España fuese su nación. Su cosa nacional era Cataluña. Miserable socialismo de terruño. Por eso, precisamente, el PSC, desde su fundación hasta hoy, ha sido un cáncer terrorífico para que el PSOE pudiera definir un programa genuinamente nacional.
El PSOE y el PSC no son partidos hermanos sino asociados por objetivos tan difusos como oscuros; a veces, esas alianzas han sido tan perversas que no sólo consiguieron destrozar y borrar cualquier atisbo de políticas de Estado dentro de la nación española, sino que también lograron privarnos de liderazgos genuinamente democráticos; ¿cómo no recordar en esta circunstancia los manejos oscuros entre Montilla, cuando era el jefe del PSC, y Zapatero para hacer desaparecer de la escena nacional a Nicolás Redondo Terreros? La eliminación de esos liderazgos ha tenido consecuencias dramáticas, ¿o acaso no es trágico la cochambre totalitaria en la que nos han instalado Sánchez, precipitado final de la villanías de Zapatero y las miserias morales y políticas de González?
Es cierto que González comparado con Zapatero-Sánchez se nos presenta como un estadista de talla mundial, así de decadente es nuestro pasado inmediato; pero seamos sensatos, bajemos a tierra, y hagamos un poco de memoria sobre sus grandes fraudes. Si dejamos aparte la corrupción económica que el felipismo implantó en España como si de una hidra de mil cabezas se tratara, un par de perversidades políticas del felipismo son suficientes para ilustrar de dónde viene Sánchez. En el orden político y, sobre todo, jurídico nunca debemos dejar de citar la ley del poder judicial del año 1985, que terminó, sin duda alguna, con el balance de poderes de la democracia parlamentaria. En el ámbito educativo y cultural, y por supuesto ideológico, el PSOE entregó, siguiendo las peores prácticas de UCD, a los nacionalistas y separatistas todos los dispositivos clave para la construcción de una verdadera identidad nacional española. Da vergüenza ajena tener que repetir estas obviedades, pero, cuando estos viejos socialistas se presentan como redentores de la patria, se requiere recurrir a la memora crítica del pasado para saber de dónde venimos y, sobre todo, para no fiarse de dónde nos quieren llevar. Resulta un poco fuerte presentar, a las alturas de esta película, a Cebrián y González como modelos de excelencia democrática. ¡De risa!
Sí, la carencia de un proyecto nacional en el PSOE convirtió a este partido en un ente ridículo, o peor, al servicio de quienes no tienen otra pretensión que convertir España en un país de cantones primitivos. Ahí está Sánchez como demostración de mi afirmación. Por el lado de la derecha la cosa también es dramática, porque aún hoy, con los separatista más rabiosos que nunca, hay directivos del PP, no me atrevo a llamarles dirigentes, que sueñan con pactar con el PNV y los separatistas catalanes. En fin, entre la derecha sin remedio y la izquierda programada por el narco-comunismo internacional, los españoles viven en vilo, porque ahora, como en 1910, no hay un proyecto nacional a la altura de la UE. O sea, repitamos, "España no existe como nación".