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EDITORIAL

Ni rastro del PSOE bueno

España cambió el 11M porque el PSOE también lo hizo, de la mano de Zapatero.

España cambió el 11M porque el PSOE también lo hizo, de la mano de Zapatero.
José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez. | EFE

Las continuas apelaciones de los dirigentes populares a la existencia de un partido socialista decente, compatible con las socialdemocracias avanzadas y con un ideario que sitúa a los intereses nacionales por encima de las luchas partidistas, es una estafa intelectual que solo satisface a los quieren hacer del PP el partido heredero del PSOE. Los fontaneros de Génova y sus periodistas afines se refieren a la existencia de ese fantasmagórico PSOE bueno con la vana pretensión de zaherir a los dirigentes socialistas actuales cuando, en realidad, lo único que ponen de manifiesto es su falta de ambición para conquistar el poder combatiendo con audacia todo lo que el socialismo representa.

Los casos de corrupción acorralan al círculo más íntimo del presidente del Gobierno, incluido en lugar preferente su propia esposa, acusada de aprovecharse ilícitamente de su condición conyugal. El Fiscal General del Estado ha sido imputado por utilizar datos reservados para destruir a la presidenta de la Comunidad de Madrid, los diputados socialistas han aprobado una ley de amnistía para todos los delincuentes del separatismo catalán involucrados en la intentona golpista de 2017 y, por si esto último no fuera suficiente, Sánchez ha pactado con ERC un trato de privilegio para que Cataluña deje de contribuir a la caja única del Estado en detrimento de las autonomías más desfavorecidas, varias de ellas gobernadas por el propio PSOE. Llegados a este punto, la pregunta que cabría hacer a los dirigentes populares que defienden la existencia de un partido socialista refractario al sanchismo es qué más tiene que ocurrir para que ese otro PSOE, supuestamente bueno, abandone la clandestinidad ideológica y trate de revertir públicamente la deriva en la que Pedro Sánchez ha embarcado a todo el partido.

El Congreso Federal del PSOE celebrado este pasado fin de semana era el momento perfecto para poner de manifiesto la fuerza de ese otro partido socialista, que hubiera contrarrestado de alguna manera la imagen de unos asistentes al encuentro convertidos en palmeros eufóricos de Sánchez y su señora. No ha sido así y los aplausos, las ovaciones y los parabienes al político más dañino de nuestra historia democrática fueron unánimes a lo largo de los dos días que duró el congreso, lo que debería bastar para que en el equipo de Núñez Feijóo dejen de una vez de referirse con absurda nostalgia a ese PSOE oculto, que solo existe en su imaginación de perdedores.

España cambió el 11M porque el PSOE también lo hizo, de la mano de Zapatero. Desde entonces, todos los socialistas decentes han ido abandonando ese partido y los que se mantienen en él ejercen una cuota irrelevante de contestación interna completamente estéril. Llegado el momento de votar las canalladas políticas del sanchismo, nadie protesta para seguir saliendo en la foto, como hicieron los diputados socialistas castellano-manchegos con la ley de amnistía a pesar del ruido mediático que provocó con este este asunto Emiliano Gargía-Page, el líder socialista local.

El PSOE ha sido un problema para España desde el mismo momento de su fundación, una condición dañina que se ha agudizado hasta el extremo con Pedro Sánchez al frente de la secretaría general. Tratar de hacer distingos en un partido que se comporta como un bloque monolítico a la hora de la verdad, como hacen en el PP, es un insulto a la inteligencia de sus votantes y una invitación para que busquen otras opciones políticas menos acomplejadas, como ya han hecho varios millones de ellos pasándose a Vox.

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