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Revival Fallaci

Ahora que ya hasta el apuntador se ha dado cuenta de que Fallaci tenía razón, vuelve a estar bien visto recuperarla y citarla en determinados ambientes.

Oriana Fallaci vuelve a estar de moda. Una de las periodistas más míticas de los años 60 y 70, famosa sobre todo por sus históricas entrevistas, lo mismo a estrellas de Hollywood que a Golda Meir o Santiago Carrillo, es objeto de un intenso revival que incluye series de televisión, aparición de nuevos libros y hasta resurrección de algunos que llegaron a estar, si no descatalogados, casi. Un hombre, la impresionante novela de no-ficción donde recoge sus amores con el griego Alekos Panagoulis, es poco menos que el libro de mi vida y hace varios años que me lo tengo que volver a comprar de segunda mano porque "nuevo" ya no se encontraba.

¿Qué ha pasado? Bueno, a todo el mundo le sonará que Fallaci era una periodista muy apreciada y respetada por la izquierda, que es la que suele partir el bacalao del reconocimiento intelectual… hasta que se cayeron las Torres Gemelas, ella vio claro lo que se nos veía encima y emergió de su retiro –para entonces ya estaba enferma de cáncer– para volcar en vehementes libros su profecía sobre la amenaza islamista, y hasta hoy. Pasó sus últimos años siendo una superventas entre la gente normal y a la vez denostada por los que antaño la encumbraran como ejemplo de valentía, inteligencia, insolencia y progresismo.

Ahora que ya hasta el apuntador se ha dado cuenta de que Fallaci tenía razón, vuelve a estar bien visto recuperarla y citarla en determinados ambientes. Lo cual a mí no deja de provocarme sentimientos encontrados y muy agridulces.

Empezaré diciendo que siempre la consideré una especie de madre. Ríanse si quieren. Cuando falleció en 2006, en Nueva York —las dos vivíamos allí entonces, ya es casualidad…— lloré con sincera e inagotable desesperación tres días seguidos. Ya he hablado del impacto que me causó Un hombre, que no es sólo una historia de amor. Es una declaración de principios. Yo no sería quien soy sin haberlo leído por primera vez a los trece años y haberlo releído sin parar desde entonces.

¿Qué es la orfandad? Un sentimiento de desamparo. Cuando Oriana se fue, tuve la nítida sensación de que con ella se iba una manera de entender la vida, el heroísmo, la verdad, el honor, y sí, también el amor, que para entonces yo ya me iba dando cuenta, con no poco miedo, de que cada vez era más difícil de defender y de sostener. Ese día casi noté físicamente cómo todo a mi alrededor se volvía más inseguro, traicionero y cobarde.

Cuando las Torres cayeron, yo tenía 34 años y había viajado bastante. Pero nunca a Estados Unidos, curiosamente. Me daba pereza. Participaba entonces de ese punto tan generacional y tan español de mirar un pelín por encima del hombro a "los americanos", esos brutos imperialistas que no se enteraban de nada. A modo de boutade, solía decir que mientras fuese joven prefería viajar a países "más interesantes", y que cuando fuera más vieja y más rica, ya le llegaría el turno a USA.

Cuando vi las noticias del atentado en el World Trade Center, algo dentro de mí cambió. Para siempre. Lo mío no fue un rapto de lucidez cultural e intelectual como el que le sobrevino a Oriana Fallaci, y que volcaría rauda en libros como La rabia y el orgullo. No, lo mío fue más intuitivo. Más de estómago. Viendo aquello, y mucho antes de tener ocasión de racionalizarlo, o de cotejarlo con mentes más avanzadas de lo que entonces lo era la mía, me atravesó la certidumbre de que el mundo es demasiado peligroso como para poderte permitir el lujo de no reconocer el odio cuando lo tienes delante de las narices. Y que a mí me odiaban los que habían derribado las Torres, no los que las habían levantado. Había que ser muy idiota para equivocarse de enemigo.

No me sorprendió que Oriana Fallaci pensara lo mismo y lo expresara infinitamente mejor de lo que yo entonces habría sido capaz ni queriendo. Sí me sorprendió —y decepcionó— que eso sorprendiera a tanta gente. Vamos a ver: o se es valiente, o se es valiente. O se es honesta, o se es honesta. Fallaci fue quien fue, e hizo lo que hizo a lo largo de su vida, precisamente por no plegarse jamás a lo que no se podía hacer. Ni decir. Lo más absurdo de cierta "progresía" es que sólo reconozca esas virtudes cuando trabajan a favor de su discurso o letanía, y las vitupere cuando se las encuentra enfrente de sus miserables contradicciones.

Nada es más difícil ni arriesgado, para un periodista, escritor o intelectual consagrado, que evolucionar ideológicamente, no digamos crecer filosóficamente. Los progres decían que veían a Fallaci "muy cambiada". Pues yo no. Para mí era más ella que nunca. Plantaba cara al islam asesino con el mismo desparpajo que se lo había plantado de niña a los nazis, que ya de mayor dejó en pelotas en una entrevista al muy sobrevalorado Kissinger, o se arrancó el velo delante de Jomeini. Ella se podía equivocar, como todo el mundo. Lo que jamás haría ni hizo, es traicionarse. Y como encima no se solía equivocar, ay…

Los fallacimaníacos y orianostálgicos agradecemos infinitamente este generalizado redescubrimiento de sus méritos. Pero a algunos nos fastidia cuántos atentados y evidencias terroristas han hecho falta. Con cuánta sangre entra esta letra. En realidad, los "retornados" al respeto a la gran Fallaci me merecen tan poca confianza como cuando huyeron despavoridos de su verdad porque esta no era políticamente correcta. No fue Oriana Fallaci la que se apartó de cierto ideal. Fue este ideal el que se apartó de ella. En mala hora.

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