
Da igual cuántos siglos pasen, la naturaleza humana sigue siendo la misma. Buscamos el calor de la tribu porque fuera de nuestro grupo hace mucho frío, así que evitamos cualquier comportamiento que nos expulse de la seguridad del clan. La carrera cinematográfica de Karla Sofía Gascón se ha acabado precisamente por eso. La primera mujer trans nominada al Óscar cometió el error retrospectivo de tuitear opiniones claramente heterodoxas y eso le ha costado no sólo la posibilidad de ganar la estatuilla, sino su trabajo.
A KSG la auparon en su camino al Óscar los mismos que la han lanzado al arroyo y apedreado después. La encumbraron por ser trans, porque pertenecer a una minoría da puntos y porque todo el mundo quiere mostrar lo auténticamente bueno que es. El 29 de enero todo eran parabienes, los ministros le daban palmaditas en la espalda y la crítica perdía el culo con ella. Veinticuatro horas después la actriz era una apestada con la que nadie quería hablar. Su delito y pecado: no ser la clase de trans que se esperaba de ella.
La periodista que se ha cargado la carrera de Gascón es una musulmana estricta de las de trapo negro en la cabeza para que los hombres rectos e islámicos no se exciten como mandriles por la impúdica visión de un cabello femenino. Se escandalizaba la canadiense porque KSG hablaba del islam en términos críticos y satíricos; como la redacción de Charlie Hebdo sabe de sobra, no es algo que el islamista medio acepte con facilidad. Si esos tuits llegan a estar escritos en ese mismo tono, o en uno cientos de veces más duro, pero contra la Iglesia Católica, no habría pasado absolutamente nada, y todos lo sabemos, y también sabemos por qué. La queja de la periodista era que la crítica, la sátira, venía de alguien que supuestamente promocionaba valores progresistas. Porque aparentemente criticar una religión eminentemente machista no es compatible con el progresismo. En las olimpiadas de la opresión, la religión más opresiva, machista, homófoba, expansiva y violenta de la Tierra, por lo que sea, cotiza como oprimida, y gana a todas las demás minorías protegidas, incluidas las mujeres latinas trans, a las que, de vivir en un país gobernado por la sharía, probablemente tardarían unos diez minutos en quemar vivas o lanzar desde una azotea.
Pero que una musulmana ultra señale a una mujer trans que osa hablar de la Religión de la Paz™ sin el debido respeto entra dentro de lo esperable. Lo verdaderamente vomitivo ha sido la reacción del mundillo del cine. Lo que hemos visto en directo es un asesinato civil en toda regla. En el momento en el que Netflix decidió hacerle el vacío a la nominada al Óscar, el resto del cine le siguió, cebándose con el árbol caído como un leñador de la Columbia Británica preparándose para un largo invierno. El mismo mundillo cinematográfico que aplaudió en pie a Roman Polanski cuando no acudió a recibir un Óscar por un quítame allá esa violación a una niña de trece años. La misma gente que año tras año le agradecía sus estatuillas a Harvey Weinstein. Pocas cosas más repugnantemente tóxicas que el mundo del cine, en realidad. En España la directora y productora Leticia Dolera despidió a una actriz por quedarse embarazada. Nadie la canceló. Es más, nadie la criticó, salvo una cómica en los Premios Feroz. La serie de la que echó a patadas a una mujer por quedarse en estado recibió sus correspondientes premios. Leticia Dolera ha seguido presumiendo de ser un referente del feminismo y nadie osa contrariarla. Al fin y al cabo es quien maneja el parné. Y opina cosas correctas, además. Los hechos dan igual, si las opiniones son las adecuadas. A Karla Sofía Gascón le han retirado hasta la invitación para asistir a los Goya. Todo el mundo sabe que aparecer en una foto a su lado sería letal para sus carreras. KSG es un aviso para navegantes: no se te ocurra salirte del guión. El propósito de un sistema es aquello que hace.